Texto y fotografías: Hedda Ponze
Casar disciplinas afines como son la electrónica y las artes visuales no es algo especialmente novedoso. Dedicar a ello un festival completo con el rigor y el buen gusto al que nos tiene acostumbrados el equipo del Laboratorio de Electrónica Visual de Gijón, eso, es menos común. Prueba de ello es la respuesta del público, que una edición más colgó el cartel de sold out. Como es costumbre, hubo instalaciones repartidas por espacios escogidos de la ciudad y cine, con la presentación del documental "Geometría del Esplendor" de José Ramón da Cruz, testimonio sobre el legado de la banda de culto Esplendor Geométrico: actividades que añaden valor a la propuesta. Por si todo esto fuese poco, el grueso del festival dispone de las majestuosas instalaciones de La Laboral, repartiéndose los conciertos entre los de primera hora en el teatro, más contemplativos, y los de la nave, más bailables. Un festival "menú degustación" para paladares inquietos.
Viernes 29
El primer plato del viernes fue el concierto de Kara-Lis Coverdale con MFO en el teatro. Por la doble pantalla desfilaron motivos vegetales, espaciales y pluricelulares, siempre psicodélicos, entre los que ocasionalmente se proyectaba la sombra de la artista. En lo musical, su educación clásica y la experimentación electroacústica entraron en el tubo de ensayo para crear una tercera vía, un lenguaje desconocido basado en texturas ambientales. Kara es una virtuosa de la improvisación con un apetito omnívoro. Único pero, faltó sincronía entre imágenes y música, con transiciones un tanto bruscas.
De sincronía fue sobrado Nicolas Bernier. El laureado artista francés es responsable de concepto, performance, programación y diseño técnico de “Frequencies”, un espectáculo que se recrea en las posibilidades del sonido. Estudios tonales, interferencias, radiofrecuencias y música concreta conforman una experiencia auditiva cercana al trance sincronizada a la perfección con unos visuales conformados por tubos led formando rectángulos. En el tramo final llegó el clímax, con una explosión de capas y capas de sonido que sobrepasaron el umbral del dolor para reentrar triunfalmente en el del placer: asombroso y desconcertante.
El tercer y último espectáculo del día en el teatro fue “Lexachast”, un proyecto colaborativo entre a Kouligas y Amnesia Scanner basado en imágenes capturadas aleatoriamente en la red en tiempo real y colgadas en vivo. La propuesta resulta altamente sugerente, increpando al espectador a darle sentido a la secuencia. De especial interés resultó el dilatado paso de una imagen a la siguiente, creándose curiosas mezclas. En el aspecto sonoro, líneas de sintetizador ciertamente agresivas y oscuras, distorsión, noise, caos, ronroneos, gruñidos y sonidos estomacales. Hay quién tiró de almax.
Ya en la nave, Maotik (alias de Mathieu Le Sourd) ofreció un concierto con 3 partes bien diferenciadas: la primera y última basadas principalmente en ambientes densos y subgraves que pusieron a prueba las propiedades acústicas de la nave; la intermedia, una anhelada sección rítmica que, si bien no inventó la pólvora, animó al personal. Los visuales fueron las cartografías digitales de paisajes naturales (montañas, océanos, bosques) mostradas en el Centro de Arte: La interpretación artística de la visión de un dron de vigilancia.
Con Logos y un pluriempleado a la par que brillante Oscar Sol, llegó la variedad. En lo musical, grime, idm, rave y un tema con un sample vocal ragga que hizo las delicias del personal. La colaboración con Oscar Sol, comisariada específicamente para el festival, funcionó a la perfección: Visuales basados principalmente en abstracciones geométricas tridimensionales que casaron a la perfección con el sonido.
Y por fin, llegó uno de los conciertos más esperados de la noche, el espectáculo presentado por Byetone junto a M.Heckmann, “Pilot” . Olaf Bender, co-director del sello rastert-norton, lleva sin disco desde el fantástico "Symeta", que presentó por aquel entonces en este mismo festival. De este sonaron Topas y Black Peace en versiones que fueron creciendo aún más pausadamente que en estudio, dando al público tiempo suficiente para recrearse en el minimalismo electrónico marca de la casa. Si hubo adelantos del nuevo disco en el que trabaja, "Universal Music", estos se integraron en el grueso del set tan bien, que lograron pasar inadvertidos. No pude dejar de recordar al malogrado Mika Vainio, también en el cartel del LEV en aquel lejano 2012. Por su parte, Markus Heckman basó los visuales en líneas policromáticas horizontales y análisis de espectros de onda en ocasiones borrosos y casi siempre a destiempo. Lástima.
Lo de Samuel Kerridge fue una auténtica marcianada. Su espectáculo junto a la artista visual Mária Júdová se titula FLA (Fatal Light Attraction) y está basado en un sistema de codificación que responde en tiempo real a la fuente de audio y que activa un sistema de iluminación intensa envolvente en sincronía con el sonido. El techno abrasivo con ritmos industriales y trazos ácidos deudor del joven Aphex Twin tuvo un poderoso respaldo visual en la sombra proyectada en la pantalla del artista, ligeramente trastocada para aparentar que era un humanoide hiperactivo el que estaba sobre el escenario. El arte de hacer funcionar una idea, en principio, sencilla.
El último concierto del día fue el del muy esperado Container, sin ningún tipo de visuales, que brindó a los que allí quedábamos un postre basado en techno minimal, ritmos crujientes y funky marciano para bailarines experimentados.
Sábado 30
Nuestro primer concierto del Sábado, el del alemán Volker Bertelmann –alias Hauschka-, comenzó con casi 1 hora de retraso debido a problemas con los visuales. Cuando todo parecía indicar que prescindirían de ellos, ya iniciado el primer tema, la artista visual Florence To dio con la solución para regocijo general. Hauschka se trajo desde Alemania sus dos Yamaha Disklaviers, suerte de pianolas preparadas controladas desde el piano central, con las que fue sumergiéndonos en el neoclasicismo cinematográfico con toques electrónicos de "What If", su reciente álbum. Minimalismo preciosista con toques experimentales muy del gusto del respetable.
Con _nybble_, el parisino Alex Augier nos sacó del letargo clásico a golpe de transcripciones gráficas del sonido desplegadas en cuatro biombos. Síntesis modular hermanada con figuras geométricas de mayor o menor complejidad desplegadas en perfecta simetría. El conjunto resultante es de una gran organicidad, dando la impresión de que el músico está rodeado de criaturas digitales con muy mala leche.
Y para acabar la estancia en el teatro, otro espectáculo sobresaliente: “Field”, de Martin Messier. El concepto: dos placas voltaicas que el canadiense no dejó de rutear para generar campos electromagnéticos manipulables con la ayuda de micrófonos transductores. Messier no está un segundo quieto, enchufa, desenchufa, se arrodilla, hace aspavientos, se diría un doctor Frankenstein moderno enfrentándose a la máquina, al monstruo. Por si todo esto no fuese suficiente, dos focos proyectaban las sombras de todo lo ocurrido sobre el escenario a distintas velocidades en la pantalla posterior, creando cierto desasosiego. Los ocasionales y bruscos apagones y la visualización de rayos entre las placas funcionaron muy bien.
Pasada la medianoche, encaramos la recta final del festival con talento regional de primer orden. Jaime Tellado, alias Skygaze, nos presentó su disco del año pasado "Weightless Landscapes". Hubo triphop, drum'n'bass, chill out y toques jazzy procurados por las notas dispersas de un Fender Rhodes, unas percusiones sutiles y unas líneas de bajo que nos acercaron a terreno Flying Lotus, incluso a terreno James Blake antes de que le diese por cantar. El respaldo audiovisual de Malu G. Ceca, en constante diálogo con Jaime, se basó en formas geométricas en transformación, con predominio de tonos azules.
Y con John Beltran llegó el gran triunfador de la jornada. Ambient, IDM, techno, house, funky, brokenbeat… haciendo referencia a su disco del pasado año, everything at once! Beltran nos recuerda que la de los 90 fue una estupenda década para la música electrónica con un montón de descubrimientos aún vigentes. Las melodías bonitas y melancólicas marca de la casa fueron dando paso a un techno abrasivo de ritmos deconstruidos tipo Autechre (la sombra del sello Warp sobrevoló todo el concierto) que nos dejó la mandíbula por los suelos y la sonrisilla instalada en la boca. En el aspecto visual, Oscar Sol repitió conceptos vistos en el concierto de Logos, con fractales y abstracciones geométricas y paisajísticas.
Nuestro último concierto del festival fue el de unos Factory Floor incapaces de mantener el altísimo nivel de Beltrán. Concierto monocromático, tanto en el aspecto musical como en el visual, basado en secuencias, arpegios y bases rítmicas metronómicas respaldadas por una batería y unas pinceladas vocales lastimeras que aportaron cierto dinamismo. Ni siquiera los singles de su lejano disco de debut consiguieron levantar el vuelo. Concierto de trazo grueso al que faltó fluidez (las transiciones entre tema y tema fueron especialmente fallidas), sincronía rítmica y capacidad de sorpresa. Uno se pregunta si aquello de 2013 no sería un hype.
A pesar del tibio fin de fiesta, el cómputo global de esta edición del L.E.V. fue de notable alto. La estupenda programación presentó, como viene siendo habitual, algunos de los proyectos más sobresalientes de la actualidad, junto a trabajos de pioneros fundamentales para entender la evolución del sonido y la imagen, en todas sus formas y mutaciones. La bata blanca, ya lavada y planchada, vuelve a su cajón hasta Abril del 2018. Nos vemos en el laboratorio.
Texto: Sergio Rodríguez
Fotografías: Maia Figueroa y WasFoto?
Sala Apolo – La 2, Barcelona, viernes 21 de Octubre.
Subir las escaleras que conducen a la pista de baile de la sala Apolo siempre me produce un agradable hormigueo en las piernas. Recuerdos de aquellas otras noches. Y como entonces, lo primero que noto es la vibración del suelo de madera fundiéndose con la cadencia de mis pasos. En el centro de la pista, el sonido te golpea directamente en las tripas.
Apenas son las ocho y media de la tarde, y pese a que el ambiente es todavía frío, Museless, encargada de inaugurar el escenario principal, nos coge totalmente desprevenidos. Quizá su propuesta electrónica se adecuaría mejor a una franja horaria más avanzada, pero lo cierto es que el factor sorpresa juega a su favor. Muchos estarán aún preguntándose, días después, de dónde demonios ha salido. A primera vista, es inevitable pensar en Grimes, pero la catalana Laura Llopart demuestra tener personalidad propia. Envuelta en unos sorprendentes visuales —que lejos de ser mero ornamento, se sincronizan con la música a la perfección formando un conjunto indisoluble— va desgranando los temas de su reciente debut Grey Boy, donde resuenan ecos de trip-hop, synth pop y electrónica oscura matizada por la suavidad de su voz. A seguir, sin duda alguna.
Antes de atravesar la puerta de La 2 ya nos alcanzan de lleno las infecciosas melodías de Boys Forever, nuevo proyecto de Patrick Doyle, batería de Veronica Falls. Con tres acordes, letras sencillas y sin pretensiones, y unas melodías capaces de taladrarte el cerebro durante días consiguen una respuesta excesivamente entusiasta del público. Flavour of the… day?
De vuelta a la sala principal, en su primera actuación por tierras europeas, la jovencísima Lucy Dacus está presentando sus credenciales para ganarse un lugar de honor en ese grupo de destacadas autoras indie rock en el que figuran nombres como Julie Doiron, Sharon Van Etten, Dawn Landes o la más reciente Torres. Y es que a las notables composiciones de su álbum de debut No Burden, la de Richmond une una imponente voz que igualmente le permite lucirse en infalibles himnos como «I Don’t Wanna Be Funny Anymore» o «Strange Torpedo» que crear una atmósfera sobrecogedora en los momentos más intimistas.
Public Access T.V. parecen tenerlo todo excepto tiempo. Tienen el nombre, la imagen, el favor de la prensa especializada, un puñado de buenas canciones herederas de la new wave neoyorquina («Monaco», «End of an Era», «Patti Peru») y sobre todo, y como principal virtud, la frescura y el descaro que les confiere la juventud, lo que puede convertirse en un arma de doble filo y hacer que se cierna sobre ellos la amenaza del ahora o nunca. En esta ocasión, no consiguen incendiar la sala como sería de esperar y, a juzgar por lo visto, parecen estar más cerca de seguir los pasos de unos fugaces The Soft Pack que aspirar a convertirse en los nuevos The Strokes.
Los neozelandeses Yumi Zouma, por su parte, cumplen con creces las expectativas trasladando al escenario toda la sensualidad y delicadeza de su primer álbum Yoncalla con un sonido impecable y repleto de matices que nos pone a bailar desde el primer minuto. Tras la calidez de la inicial «Barricade» o las melodías irresistibles de «Haji Awali», llegan al punto más álgido cuando nos regalan esa gema pop que es «The Brae», escondida en su primer EP. Es uno de esos conciertos que te deja una estúpida sonrisa de satisfacción en la cara y la sensación de que el precio de la entrada ya ha sido amortizado con esta sola actuación.
Tras ellos, Tverski están decididos a convertirse en la revelación de la temporada dentro de la escena local. El dúo formado por Alan Himar y Xavier Paradís (integrante también de los notables Boreals), se aproxima al house por la vía francesa, yendo de los momentos más hedonistas de Daft Punk (salvando las distancias) a ejercicios más jazzísticos con reminiscencias del St. Germain de Tourist cuando Alan Himar se emplea a la flauta o el saxo, y dejando también destellos de funk y ciertas tonalidades chillwave por el camino. En Foehn Records ya deben estar relamiéndose ante la inminente publicación de su debut en la discográfica barcelonesa.
Con las energías ya mermadas, optamos por darle una oportunidad a Operators antes de irnos. Y si bien en su debut en largo Blue Wave dejaban un regusto a déjà vu, su pop sintético de aires ochenteros y guiños al post-punk gana en músculo y pegada en un directo comandado por la enérgica figura de Dan Boeckner, mirándose más en el espejo de unos edulcorados LCD Soundsystem que en la saga Joy Division-New Order (pese a que Peter Hook bien podría reclamar royalties por «Cold Light»).
Sala Apolo – La 2, Barcelona, sábado 22 de Octubre.
Si el día anterior la escasa entrada había permitido disfrutar de las actuaciones con comodidad y una movilidad fácil entre las salas, el sábado sería otra historia. La presencia en esta jornada de Minor Victories como oficioso cabeza de cartel podría explicar que el número de asistentes pareciera doblarse de un día para otro, provocando que entrar en La 2 se convirtiera en ocasiones en una auténtica odisea.
Cuando llegamos, El Lado Oscuro de la Broca están despidiéndose de la sala Apolo con un muro compacto y arrollador de noise rock de afiladas guitarras. Los zamoranos hacen valer sus años en activo para despachar un directo contundente.
Mientras, una audiencia expectante se arremolina en La 2 ante la aparición del australiano Alex Cameron: versión crooner kitsch de Nick Cave y el tipo de personaje tan del gusto de los espacios de tendencias y de la juventud moderna de la ciudad que podría despertar cierto interés como curiosidad humorística, pero que en lo estrictamente musical no ofrece mucho más que un simple karaoke de oscuro pop electrónico con las bases pregrabadas y el acompañamiento de un saxofonista. Se da el extraño caso de que el público mantiene un respetuoso silencio durante los largos monólogos del australiano y se vuelve ruidoso durante las canciones. El público barcelonés nunca dejará de sorprenderme. Ante esta perspectiva, la ecuatoriana afincada en New York María Usbeck no lo tiene fácil para presentar la fragilidad y minimalismo de su reciente Aurora, donde rinde tributo a su cultura natal y a algunos lugares como la misma Barcelona («Ciudad Desnuda») o la Isla de Pascua.
De vuelta a una sala 2 menos concurrida, los catalanes Retirada! se convierten en una agradable sorpresa. Con una interesante propuesta que va del post-rock al shoegaze, el dúo (guitarra y batería) construye las canciones grabando y superponiendo con efectos de loop las diferentes capas de guitarra en un sutil in crescendo de intensidad y emotividad. Podrían ser el aperitivo perfecto para el plato fuerte de la noche, pero entremedias aún asistiremos a dos aproximaciones diferentes a la psicodelia. Por un lado, el multinstrumentista escocés C Duncan saca a relucir su formación clásica para mostrar su visión de la psicodelia pop de corte bucólico y sonido refinado, donde los juegos de voces adquieren un especial protagonismo en un set en el que «Say», de su álbum Architect, brilla con luz propia. Por su parte, los holandeses Pauw tienen un pie en el rock progresivo de los sesenta mientras que con el otro intentan abrirse paso entre nombres como MGMT («Memories»), los primeros Tame Impala o Temples. Más disfrutables ambos en pequeñas dosis.
Si bien los supergrupos tienden a convertirse en un inofensivo divertimento de sus componentes, en el caso de Minor Victories puede asegurarse con absoluta certeza que el resultado final es mucho más que la suma de sus partes. Tras facturar uno de los discos más destacados del año, el grupo formado por Rachel Goswell (Slowdive, Mojave 3), Stuart Brathwaite (Mogwai), Justin Lockey (Editors) y su hermano James Lockey, deja patente desde el primer momento que este proyecto tiene más bien poco de inofensivo. Con una agresiva base rítmica y la delicadeza de la voz y melodías de Rachel Goswel en contrapunto con las guitarras envolventes de Stuart Brathwaite, los británicos imparten un curso acelerado de shoegaze de extremada intensidad donde, como no podía ser de otra manera, temas como «A Hundred Ropes» o la épica controlada de «Scattered Ashes (Song for Richard)» reciben las mayores ovaciones de la noche. Vinieron, vieron y vencieron.
Texto: Sergio Rodríguez
Fotografías: Maia Figueroa (excepto portada: DGTL)
DGTL, viernes 12 de Agosto, Barcelona
El Tram se aleja, deslizándose quejumbroso por esta parte desmemoriada y sin carácter de la ciudad, con toda la pereza de la primera hora de una tarde de Agosto. La subida que conduce al recinto del Fórum se muestra una vez más ante nosotros cargada de promesas, si bien no es un camino de baldosas amarillas precisamente. El suelo parece temblar a nuestro paso con el repicar del bombo procedente de uno de los escenarios. A un lado, los jóvenes se congregan formando corros al cobijo del Auditori, y solo los lateros reúnen el coraje necesario para desafiar a un sol despiadado.
—Cerveza, beer…
—No, gracias.
Junto a las taquillas, a lo lejos, veo a un individuo dando saltos y agitando los brazos con vehemencia. Sin duda está intentando llamar la atención de alguien, y solo al acercarnos me percato de que se trata de A, renombrado productor de música electrónica también conocido como K, también conocido como BK, y de que nosotros somos los destinatarios de sus señales. Viste camisa negra con palmeras y un curioso sombrero árabe negro con bordados en dorado. Con él se encuentra L, su novia, dedicada también al mundo de la música, aunque desde una perspectiva más clásica.
Parece que tienen algún problema con sus entradas, pero en pocos minutos logramos solventarlo (las nuevas tecnologías pueden ser maravillosas, pero por el momento yo seguiré confiando en el papel impreso) y nos encaminamos hacia las puertas de acceso al festival, dominadas por las enormes letras que le dan nombre —DGTL— y donde los miembros de seguridad se emplean con excesivo celo en el cacheo de los asistentes.
A primera vista, se percibe un cierto aire berlinés en el ambiente. Contenedores de mercancías, bidones de crudo a modo de papeleras, instalaciones satélite, cajas e indicadores de madera (sí, del tipo de madera omnipresente en los locales de la ciudad más moderna de la península)… y el bombo que no cesa desde el escenario Stereo. No es complicado sentirse como un figurante en un plató de película post-apocalíptica.
—Es horroroso —sentencia M. Supongo que hay diferentes maneras de verlo.
Contraviniendo nuestras pautas de conducta habituales, optamos por dirigirnos a toda prisa hacia el escenario Phono sin parar antes en una barra. Es una decisión arriesgada, considerando el calor, pero no debe faltar mucho para que Pional finiquite su set. Por suerte, el escenario está situado justo debajo de las placas solares que se erigen en una de las esquinas del recinto, con lo que la brisa marina y la sombra lo convierten en un verdadero oasis. También será un oasis en cuanto a programación musical se refiere a lo largo de las dos jornadas, aunque esto aún no lo sabemos. Al madrileño se lo ve cómodo, y su sesión va discurriendo con la calma perfecta para tan temprana hora. Siendo uno de los secretos a voces mejor guardados del panorama electrónico nacional, goza de la aprobación del nutrido grupo de gente que se da cita frente a él y que se viene arriba en cuanto empiezan a sonar los acordes del «Take Me to Your Heart» de Eurythmics, que da paso a un tramo final en el que Pional se entretiene jugueteando con el acid.
Tras él, el holandés Job Jose enlaza el inicio de su sesión con el infalible «Smalltown Boy» de Bronski Beat, lo que viene siendo jugar a caballo ganador. A pesar del prometedor inicio, empezamos a pensar que saltarnos el paso por la barra quizá haya sido una decisión demasiado temeraria, y ponemos rumbo a una de las barras en busca de cerveza. Más tarde regresaremos con el tiempo justo de ver al holandés cerrar con el «Born Slippy» de Underworld, y entonces pensaré que quizá no haya estado nada mal su sesión, pese al nulo riesgo de su propuesta.
¿Y qué hacemos entre «Smalltown Boy» y «Born Slippy»? Recargamos nuestras pulseras en las cabinas de cashless y, tras reunirnos con J, nos agenciamos unas cervezas. De camino al escenario Digital, donde esperamos encontrarnos con el deep house del noruego Finnebassen, A me dice que para poder realizar una crítica justa y fundamentada de las sesiones las deberíamos ver completas, de principio a fin. Sin embargo, al llegar al escenario Digital no hay ni rastro del noruego y, en su lugar, Gardens of God están sirviendo una cruda ración de trance.
—Tío, no tengo el cuerpo para esto ahora mismo, vámonos a otro sitio —comenta A con el ceño fruncido. Al carajo la crítica justa y fundamentada.
Un breve paso de reconocimiento por el escenario Audio nos confirma las sospechas de que el ambiente ibicenco, para lo malo y lo peor, va a dominar esta parte del recinto, con lo que decidimos retornar al escenario Phono, donde Job Jose está a punto de dejar paso a Fort Romeau.
—Es finísimo, ya verás —asegura A, que recientemente ha coincidido pinchando con él en otro evento. Al parecer, se profesan una admiración mutua.
Y efectivamente, ya desde los primeros minutos, Fort Romeau evidencia por qué era uno de los nombres más esperados por todos nosotros. Con su capacidad para imbuir al house más clásico de una especial sensibilidad pop y con su apariencia de joven lord británico, no tarda en meterse al público en el bolsillo. Su sesión es pasional, elegante, cargada de romanticismo («Como si pinchara en su noche de bodas», me dice al oído A con una amplia sonrisa), y la puesta de sol no hace sino acentuar todas esas virtudes. Seguro de sí mismo, alarga los temas hasta el infinito, e incluso tiene el detalle de rendir honores a la escuadra que juega en casa mezclando un edit de John Talabot y Marc Piñol. Sin duda, acaba de dejar el listón por todo lo alto.
La elección es ahora entre el live de Gui Boratto o la sesión de Mano Le Tough en el escenario Digital. Nos decantamos por este último casi sin dudar. El irresistible encanto de la novedad. Con la noche ya cerrada, es cuando el montaje del escenario Digital brilla en su máximo esplendor. El juego de luces, que además del escenario se refleja también sobre las columnas de la estructura que envuelve al público, consigue un efecto demoledor. Mano Le Tough tiene medio trabajo hecho. Sin embargo, un inicio monótono y trotón nos hace torcer el gesto. Algo no funciona cuando la música es jaleada con gritos al más puro estilo hooligan y el bombo replicado a silbidos. Por suerte, tras una bajada de pistón que el público agradece, la sesión parece resetearse y los matices empiezan a cobrar protagonismo. Esto ya es otra cosa. J nos sugiere entonces escaparnos a ver a Surgeon. Una lengua de hielo me recorre el espinazo, pero consigo disuadirlo con toda la amabilidad que soy capaz de reunir. Le prometemos en cambio ir al live de KiNK.
Mientras tanto, M se ha acercado a uno de los puestos de comida. En su apuesta por la sostenibilidad y los productos orgánicos, el festival ofrece únicamente comida vegetariana. La indefectible superioridad moral del vegetarianismo golpea de nuevo. A su regreso, su gesto lo dice todo. El olor del aceite proveniente de la zona de comidas no hacía presagiar nada bueno. Incluso la mejor de las intenciones puede acabar en desastre en las manos equivocadas.
Cuando decidimos movernos hacia el escenario Audio, donde KiNK está a punto de empezar, el set de Mano Le Tough se encuentra en plena ebullición y a duras penas conseguimos salir de allí, echando la vista atrás con tristeza.
—¡Mirad, el tío está lanzando sus redes para que no nos vayamos! —grita A rompiendo en una carcajada.
Frente al escenario Audio, la expectación es máxima para recibir a KiNK. Centrándose en un intenso set de house enérgico consigue romper el groove monótono y el postureo que reinaba en este escenario. Sin embargo, por algún motivo no consigo sumergirme en la música. Veo que L y M se han quedado retrasadas intentando mantener una conversación a gritos al oído. Me acerco y les pregunto si son conscientes de que se están dando la chapa. Las dos me miran con los ojos como platos y asienten al unísono. Afortunadamente tengo la absoluta certeza de que no consumen drogas. Más tarde sabré que hablaban sobre Owen Jones, la lucha obrera y la batalla por los derechos de los homosexuales. Percibo que KiNK no está causando una gran impresión en ellas.
Al cabo de un rato, M y yo decidimos volver al escenario Phono. Allí nos espera un sorprendente Hunee, en back to back con Antal, al que en una sola palabra se podría definir como groovy, y que nos brinda una sesión plena de soul, funk y disco digna del Studio 54. En este caso, es la música la que se nos infiltra bajo la piel y nos sacude el cuerpo de arriba abajo sin apenas esfuerzo. Es así como debería ser siempre. A juzgar por sus gestos e histriónicas coreografías, Antal está disfrutando como un niño en la mañana de Reyes. La noche no podría tener un final mejor.
Sábado, 13 de agosto, Barcelona.
Como un zumo de naranja recién exprimido en una mañana de resaca. Ese es el efecto que nos produce la sesión de Marc Piñol a primera hora de la tarde. ¿Dónde? En el escenario Phono, cómo no. En cuanto llegamos, cerveza en mano, el barcelonés consigue que nos sacudamos el agotamiento del día anterior con su habitual sobriedad y precisión quirúrgica, no exenta de sensibilidad, eso sí. No podía ser de otra manera cuando lo has visto durante años, noche sí y noche también, merendarse a la celebridad foránea de turno en su antigua residencia en el club más distinguido de la ciudad, sin apenas inmutarse.
Con el ambiente ya caldeado, Tama Sumo, residente del reputado Panorama de Berlín, está resuelta a subir unos grados la temperatura tiñendo de ritmos brasileños el inicio de su sesión, que alcanza sus cotas más elevadas cuando se adentra por terrenos jazzísticos. La atmósfera que se respira es extraordinaria, y con un solo vistazo al resto del festival (desde aquí arriba se tiene una panorámica completa del recinto) la idea de explorar los otros escenarios se nos hace cuesta arriba. No obstante, decidimos dirigirnos hacia el escenario Digital para presenciar lo que se prevé como la consagración definitiva de John Talabot tras los unánimes elogios cosechados por su aportación a la serie DJ-Kicks.
De camino, hacemos una parada en el Revolution Market donde, en consonancia con el espíritu del festival, diseñadores y artistas independientes centrados en el consumo responsable ofrecen piezas exclusivas producidas de manera artesanal. Nos fijamos en unos bolsos de colores frescos y llamativos que parecen estar confeccionados con toldos de playa. Al instante, la chica que los produce nos detalla el proceso y la historia tras ellos. Al parecer, se llaman Lolitos. Ella irradia simpatía. M se lleva uno verde con finas rayas blancas verticales.
Con John Talabot suele sucederme lo contrario que con Marc Piñol. Si bien su producción propia es de una calidad incuestionable, en las ocasiones en que lo he visto tras los platos me ha dejado más bien frío, por así decirlo, y tampoco parece que esta vez vaya a ser una excepción. Quizá se trate de una cuestión de expectativas. Quizá sea que la sutileza y el refinamiento de sus producciones pierden terreno en favor del rasgo grueso en las sesiones. O puede que no tenga nada que ver con todo esto. Difícil dilucidarlo. Lo cierto es que en esta ocasión, aun sonando fresco, el bombo está cobrando más protagonismo de lo habitual, sacudiendo al personal a base de bien. La introspección relevada por la lujuria festivalera. En cuanto aparecen A, L y J acompañados de más gente y arrastrando una resaca importante (todos se alojan en la misma casa y parece que no han dedicado demasiadas horas al descanso), tomamos la sabia decisión de poner rumbo definitivo hacia el escenario Phono.
Kyle Hall, el joven prodigio de Detroit, comienza arrollando, sin concesiones, ofreciendo una clase magistral de house clásico al estilo de Chicago que nos deja sin aliento. Semejante categoría debe de ir impresa en su ADN: no hay otra explicación. En ese momento, ya tenemos claro que no abandonaremos el escenario Phono en lo que queda de noche. Sin embargo, un giro hacia el minimal a mitad de sesión hace que todo se ralentice y la gente empiece a desertar con cuentagotas, quizás en busca de emociones más fuertes. Una lástima.
Aunque… ¿Qué demonios es esa multitud que viene hacia nosotros? Desconcertado, miro hacia el escenario en busca de respuesta, y veo que el parisino Jeremy Underground está ya dispuesto a tomar el relevo en los platos. Frente a él, la muchedumbre comienza a aglomerarse en un estado de fervor desmedido, y los primeros compases son jaleados por un bosque de brazos en el aire. Por lo visto, el francés acumula una legión considerable de seguidores, y enseguida queda de manifiesto el motivo. En un despliegue de deep house puramente neoyorquino matizado con su French touch, Jeremy convierte la pista de baile en una celebración colectiva. Difícil no comulgar con su credo.
El testigo lo recoge Boris Werner, quien no tiene la más mínima intención de concedernos un respiro. Mezclando con precisión house moderno en un set repleto de giros inesperados, nos induce un estado de tensión y suspense. Lo mismo nos empuja a dar botes sin control que nos hace poner los ojos en blanco. Sin discusión alguna, se está convirtiendo en la gran sorpresa de la noche: ha estado sacándose trucos de la manga hasta el final. El cierre, un giro tropical al “Can you feel it” de Mr. Fingers, pone el broche de oro final.
Extenuados aún, tratando de recobrar el resuello, A nos reúne y nos informa de que estamos en la lista de invitados para la after party del festival en la sala Apolo. La plana mayor de Hivern estará a los platos. Decidimos que éste es un momento perfecto para dar por concluido nuestro paso por el DGTL y encaminarnos hacia la sala Apolo. Aunque esa es ya otra historia.
El Resurrection Fest crece imparable. Buena muestra de ello fueron las más de 80.000 personas que asistieron al festival este año. Cuatro días fantásticos (tres en nuestro caso, ya que no pudimos asistir al primero de ellos) de metal, punk y hardcore, en todas sus variantes, que combinan perfectamente bien con el entorno, las playas y la maravillosa gastronomía de la localidad gallega de Viveiro.
Nada más deshacer las maletas, dejamos el hotel para dirigirnos en taxi al festival. Durante el trayecto, un entusiasmado taxista nos comentó el gran impacto que tiene semejante evento en el pueblo. "No me he bajado del taxi desde el mediodía", nos informaba satisfecho por la enorme cantidad de visitantes que, según él, el pasado año se habían dejado unos 4 millones de euros en la zona.
Una vez llegados al recinto recogimos las acreditaciones y nos dejamos contagiar por el ambiente festivo que se respiraba. El cielo estaba nublado, pero la temperatura era perfecta e invitaba a refrescarse la garganta con una buena jarra de cerveza. Como viene siendo habitual, el festival tiene su propia moneda, así que nos acercamos a las taquillas para cambiar euros por "tokens". La cola era considerable, pero estábamos cerca del escenario pequeño o Ritual Stage y Stick To Your Guns nos amenizaron la espera. Cientos de puños en alto recibieron a los californianos, que a pesar de su etiqueta de melodic hardcore sonaron realmente contundentes.
Bien provistos de una novedosa aunque incómoda jarra de litro y medio de cerveza, nos fuimos al escenario principal o Main Stage para disfrutar de While She Sleeps. La banda de metalcore británica repasó sus dos únicos discos con temas como "Brainwashed", con el que arrancaron el concierto, o "Our Courage, Our Cancer" y "This Is Six". "Loz" Taylor agradeció la enorme respuesta del público "nadando" entre las primeras filas y cantando "Seven Hills" sobre la multitud de fans. El concierto terminó con "Four Walls" y la sensación de haber visto al grupo en su mejor momento.
Satisfechos, nos fuimos al escenario medio o Chaos Stage para disfrutar de una de las mejores bandas de thrash metal nacional: Crisix. Con un telón de fondo ilustrado por la portada de su último disco, saltaron al escenario para descargar el tema que abre "From Blue To Black", la tremenda "Conspiranoia". Con "Rise... The Rest" salieron a rockear con la banda los Resukids, un especial y entrañable servicio de guardería que permite que padres e hijos puedan disfrutar del festival. El público se volvió loco con el quinteto de Igualada, aunque no tanto como Juli, su vocalista, que con las primeras notas de "Psycho Crisix World" apareció en el escenario con una camisa de fuerza. Justo antes de arrancar con "The Great Metal Motherfucker", Juli, de nuevo, nos sorprende a todos y sobre manera a su novia pidiéndole matrimonio en el escenario. El concierto termina y, claro está, no puede faltar el ya clásico "Ultra Thrash", que todos cantamos como si no hubiera un mañana. Inolvidable show, sobre todo para los futuros marido y mujer.
Con una gran sonrisa en la cara volvemos al Main Stage para ver qué tienen que ofrecernos Bad Religion. No soy muy fan del grupo, pero reconozco que Greg Graffin y compañía siguen siendo muy solventes en directo. “American Jesus”, “Suffer”, “Generator”, “21st Century", “Anesthesia” y la celebradísima "Punk Rock Song" hicieron pasar un buen rato a los allí congregados y también a los Resukids, que volvieron a ser coprotagonistas del show.
La gran sorpresa del día fueron Walls Of Jericho, una banda de Detroit de metalcore punk que en principio no me llamaba mucho la atención, pero que tras verla en directo me dejó totalmente desarmado. La actitud y la voz endemoniada de su vocalista, Candace Kucsulain, sobre el escenario consiguieron que me olvidara de todo lo visto hasta el momento. Creo que ningún grupo me ha impactado tanto en vivo desde Napalm Death. Brutales.
Cuando llegamos al Main Stage, Bring Me The Horizon acababan de comenzar el show. La verdad es que el despliegue audiovisual que traen consigo resulta verdaderamente impactante comparado con los montajes vistos hasta el momento. El sonido también era perfecto y no se dejaron ningún hit en el tintero: "Happy Song”, “Avalanche”, “Follow You”, “True Friends”... , pero lo cierto es que después de un rato me acabaron resultando aburridos.
Una vez terminado el concierto, aprovechamos para visitar los muchos y variados puestos de comida: vegano, oriental, kebab, hamburguesa, pizza... Al haber tantos, no están muy saturados y poder evitar colas interminables es un alivio.
Volvemos al Main Stage a tiempo de coger un buen sitio para ver a las estrellas de la noche: Volbeat. Cuando hace años los escuché por primera vez no me dijeron gran cosa, pero reconozco que a día de hoy sus melodías y esa mezcla tan característica de rockabilly y metal me tiene sorbido el seso. Con un enorme telón de fondo, los archiconocidos daneses (con Kasper de vuelta al bajo) arrancaban con "The Devil's Bleeding Crown", para seguir con un medley compuesto por "Heaven Nor Hell / A Warrior's Call / I Only Want To Be With You". El sonido fue bastante bueno, excepto, tal vez, por un exceso de graves que en ningún momento llegó a deslucir el show. A continuación interpretaron el que es mi tema favorito de la banda, "Sad Man's Tongue", precedido por una pequeña intro del "Ring Of Fire", de Johnny Cash. No faltó la ultrapegadiza y muy celebrada "Lola Montez", y tampoco "The Lonesome Rider", "For Evigt" y "The Gates Of Babylon", procedentes de su último trabajo, que sonaron muy bien en directo. También me gustaron mucho "Dead But Rising", "16 Dollars", "Fallen" y ya en los bises "Still Counting", la fantástica "Seal The Deal" y "The Mirror And The Ripper", que cantamos hasta desgañitarnos. Sin duda uno de los mejores conciertos del festival.
De las melodías pegadizas de Volbeat pasamos al extravagante y, por qué no decirlo, divertido grindcore de Brujería. Con un Chaos Stage más lleno de lo que se podría esperar a esas horas, un telón ilustrando la cabeza cortada de su primer disco (coco loco) y un montón de simbología azteca, fueron sonando temas como "Pito Wilson" y "Colas de Rata", ambos de su disco "Raza Odiada", las recientes "Viva Presidente Trump!", con el que todo el respetable acabamos coreando Fuck Trump!, y "Angel de la Frontera". En la recta final se decantaron por clásicos como "Brujerizmo", "Matando Güeros" y, como no, la cachonda "Marijuana", que cerró el show.
El punto y final de la jornada lo puso Nice Boys, una banda tributo a Guns N' Roses de la que poco hay que comentar.
El viernes, tras darnos un buen homenaje de pescados y moluscos varios, llegamos al Chaos Stage a tiempo de ver a los interesantes Battlecross, un grupo procedente de Detroit que se mueve entre el thrash y el death metal más melódico. Los constantes circlepits sirvieron como respuesta a un grupo que supo entregarse al máximo y que en todo momento tuvo un feeling especial con el público. Así da gusto empezar el día.
De un gran concierto pasamos a otro de igual o mayor calibre. Protest The Hero saltaban al escenario del Main Stage para dejarnos con la boca abierta con su buen hacer y tremenda técnica. "Bloodmeat", "Sequoia Throne", "C'est La Vie"... temazos todos y cada unos de ellos de un metalcore progresivo delicioso. Mención especial a la tremenda voz de Rody Walker, que cambiaba de un tono agresivo o agudo a otro más melódico sin inmutarse.
Una vez terminado el show, volvemos rápidamente al Chaos Stage para disfrutar del que posiblemente sea el mejor grupo de thrash metal del país: Angelus Apatrida. Ante una multitud realmente importante, los cuatro manchegos arrancaron con "Inmortal", tema que abre su último disco (discazo, más bien), "Hidden Evolution", con una fuerza que dejaba claro que no pensaban dejar títere con cabeza. Los temas siguientes pegaron un repaso a toda su discografía: "Violent Dawn", "Give'Em War", "First World of Terror", "Vomitive", "Of Men And Tyrants", "End Man"... Entre canción y canción Guillermo recordó a todos los presentes que siguen en la brecha "le joda a quien le joda" y que el Resu ha tenído a bien recibirles en cinco de sus ediciones, las mismas que a Madball, a la vez que nos agradecía a todos nuestro apoyo. Finalmente nos remataron con ese temazo que es "You Are Next", el cual disfruté como un poseso. Buf, qué grandes son.
Las primeras notas del concierto de Hatebreed tiraron de nosotros de vuelta al Main Stage para disfrutar de la apuesta segura que supone el hardcore de los de New Haven. Desde "Destroy Everything" hasta "Proven" y "Straight To Your Face", pasando por "Dead Men Breathing", "Last Breath", que dedicaron al malogrado Lemmy, o la brutal "I Will Be Heard", los de Jamey Jasta supieron encandilar a un público que, olvidando el tremendo calor, no paró de saltar, cantar, y hacer crowd surfing. Mención especial para los sufridos señores de seguridad, que no pararon de sacar a peso muerto a todo el que traspasaba las primeras filas.
Nuestra única experiencia del día en el Ritual Stage fue con Frank Carter & The Rattlesnakes. Carter es ampliamente conocido por ser el ex-vocalista de Gallows y en esta ocasión venía con su nueva banda a presentar su primer disco, "Blossom". Pues bien, el tipo hizo lo que quiso con todos los que allí estábamos: caminó por encima la gente hasta casi el centro de la carpa , organizó el mayor circle pit que pude ver en el festival, con él cantando en el centro, hizo que todos nos sentáramos para poder interpretar "I Hate You" entre el público... El derroche de carisma y actitud del vocalista fue tal que eclipsó por completo al resto de la banda. También los Resukids compartieron unos minutos con el grupo en el escenario y Carter aprovechó para hacerlos partícipes del show y comentar orgulloso que él también era padre.
Al terminar el concierto nos dimos una vuelta por el amplio mercadillo en busca de algún disco interesante, para acto seguido encaminarnos a la zona VIP o Pandemonium y aprovechar para cenar. Además de zona de prensa, barra y puesto de comida (con un comedor de los más interesante, poblado de retratos de estrellas del rock y el cine), este lugar, reservado únicamente para 666 afortunados, estaba provisto de una zona elevada desde donde ver los conciertos del Main Stage lejos del bullicio.
Allí estuvimos hasta que dió comienzo el concierto de The Offspring, las estrellas del día. Abanderados, junto con Green Day, de la escena punk "para todos los públicos" surgida a principios de los años 90, los californianos desgranaron uno a uno todos sus hits (que son muchos) ante una ingente cantidad de fans que no dejó de cantar durante todo el concierto. En un ejercicio de nostalgia, mis manos se movieron en un "guitar air" con los temas que rescataron del ya lejano "Smash": "Come Out and Play", "Bad Habit" y "Self Esteem", pero poco más.
Desgraciadamente, el sábado no pudimos llegar a tiempo de ver a los alemanes Destruction (¡maldita sea!), pero supimos curarnos las heridas con Thy Art Is Murder, que tenían montada una fiesta de aquí te espero. Con el Ritual Stage hasta los topes, los australianos vomitaban su deathcore a todos los presentes en forma de temazos como "Absolute Genocide", "The Purest Strain of Hate" o "Holy War". El crowsurfing era brutal e incluso el vocalista del grupo animaba a la gente a seguir llegando hasta la valla ante la atónita mirada de los miembros de seguridad, que no tenían el más mínimo descanso.
Bullet For My Valentine ya tenían congregada una legión de fans cuando llegamos al Main Stage. Con un sencillo telón de fondo con sus cuatro iniciales, los de Gales salieron a presentar su último trabajo, "Venom". A pesar de ser un grupo de metalcore bastante melódico, me cogieron desprevenido por la dureza que impregnaba muchos de sus temas. "No Way Out", "4 Words (To Choke Upon)", "Tears Don't Fall", "The Poison" o "Scream Aim Fire" hicieron que el público (muy joven, en su mayoría) disfrutara de lo lindo.
Soy muy, muy fan de Iron Maiden y lo más sensato hubiese sido quedar en el escenario principal cogiendo sitio, pero no podíamos dejar pasar la oportunidad de ver a Municipal Waste. Y menos mal, porque los de Virginia pusieron el Ritual Stage patas arriba con un crossover bestial. Donald Trump volvió a ser protagonista involuntario, apareciendo al fondo del escenario un telón con su cabeza y una pistola volándole la tapa de los sesos, junto al logo del grupo. "Unleash the Bastards", "Mind Eraser", "You're Cut Off", "The Thrashin' of the Christ", "I Want to Kill the President" y "I Want to Kill Donald Trump", con las que el "queridísimo" candidato a la presidencia volvió a ser protagonista, hicieron que se formara uno de los crowd surfing más multitudinarios y brutales que he visto. La nota graciosa la puso un chaval haciéndose un selfie mientras un paciente señor de seguridad lo sacaba en brazos. Desconozco lo que cobra esa gente, pero visto lo visto seguro que es poco. Con "Sadistic Magician" y "Born To Party" la fiesta toca a su fin entre sonrisas y comentarios de satisfacción por parte de todos.
Tras fracasar intentando acceder a la abarrotada zona elevada del Pandemonium, decidimos adentrarnos en la inmensa multitud que ya poblaba el Main Stage, mientras imágenes informando de las salidas de emergencia aparecían en las pantallas del escenario. La media de edad de las personas que tenía a mi alrededor había subido, pero pude comprobar cómo mucha chavalería cantaban entre ellos los temas del grupo. Y no los clásicos de Iron Maiden, sino los de "Book Of Souls", su último disco. Tras el "Doctor, Doctor" de UFO y un vídeo con el "Ed Force One" como protagonista, dió comienzo el concierto. Los británicos parecían estar en muy buena forma, pero mi atención se centraba sobre todo en la voz de Bruce Dickinson que, a pesar de no ser la de antaño, se ha recuperado mucho mejor de lo esperado del cancer de garganta que padeció recientemente. Lo que sí resulta envidiable es su forma física, ya que durante todo el concierto estuvo pegando saltos y corriendo de un lado para otro. Centrándonos en lo estrictamente musical, el grupo intercaló un buen número de temas nuevos, como "If Eternity Should Fail", "Speed Of Light", la maravillosa "Tears Of A Clown" (dedicada al tristemente desaparecido Robin Williams), "The Red And The Black", o "Book Of Souls" (en la que Eddie hizo su clásica aparición en el escenario), con temazos recuperados del baúl de los recuerdos como "Children Of The Dammed" y "Powerslave", u otras como "The Trooper", con la voz de un Dickinson que quería y no podía. La parte final del show la dedicaron a regalarnos un clásico tras otro, empezando por la gloriosa "Hallowed Be Thy Name", para seguir con la coreada y muy celebrada "Fear Of The Dark", o "Iron Maiden", en la que Eddie volvió a hacer acto de presencia por detrás de la batería de Nicko McBrain. Entre canción y canción Dickinson quiso agradecer el trato dado por la organización del festival asegurándonos que el Resurrection no lo organiza una empresa, sino gente normal que disfruta de la música. Ya en los bises y tras el archiconocido pasaje del apocalipsis, daba comienzo "The Number Of The Beast". La gente se volvió loca y más cuando, entre llamas, apareció un enorme Lucifer en la parte derecha del escenario. "Blood Brothers" y la nostálgica "Wasted Years" sirvieron de cierre a un concierto que despeja todas mis dudas sobre el futuro de la banda: tenemos Maiden para rato.
La enorme marea humana que se formó una vez terminado el concierto hizo imposible que pudiéramos llegar hasta el Chaos Stage donde Entombed A.D daban comienzo a lo que, según tengo entendido, fue un concierto memorable. Una verdadera lástima.
Mientras degustábamos un par de porciones de pizza, Abbath comenzaba su show. Tras hacernos unas demostraciones de cómo escupir fuego, el ex-Inmortal intercaló temas de su disco en solitario, tales como "To War!", "Winterbane" o "Count the Dead", con "Nebular Ravens Winter", "Solarfall", o "In My Kingdom Cold", de su legendario ex-grupo. Señores, esto sí es black metal y no lo que hicieron Watain hace un par de años.
Fue extraño ver a Graveyard a esas horas y entre estilos tan diferentes al suyo, pero el caso es que los suecos congregaron a un buen número de personas y dieron la talla sobradamente. Con el in crescendo de "Slow Motion Countdown" y posteriormente con "Buying Truth" y "From a Hole in the Wall", fuimos metiéndonos en el concierto y poco a poco conseguimos olvidarnos del cansancio. Del blues y la psicodelia pasaron a ese rock setentero, marca de la casa, con "Magnetic Shunk" y la gloriosa "Hisingen Blues". Para terminar interpretaron "Uncomfortably Numb", "Ain't Fit to Live Here" y "The Siren", que puso punto y final a un concierto en el que me costó entrar y mucho más salir. Muy, muy grandes.
Nos hubiese encantado ver a Nashville Pussy, pero estábamos agotados y aún nos quedaba por delante el viaje de vuelta en coche. Así que abandonamos el recinto repasando mentalmente los grupos que nos gustaría ver el próximo año. Nosotros apostamos por Metallica, Rancid y Misfits con Glenn Danzig. ¿Y vosotros?
Viveiro se tiñe de negro; no, no es chapapote, es la X edición del Resurrection Fest, que este año atrajo a más de 50.000 almas a este municipio lucense, que en palabras de los lugareños "Resucita con el Resu". El ambiente hardcore-metalero se percibe nada más poner un pie en el primer avituallamiento obligado de pulpo, mejillones y chipirones, que se impone en cualquier lugar de la costa gallega. Además siempre es bueno cargar baterías, más si se tiene en cuenta que el Resurrection dura cuatro días; bien es cierto que nosotros al llegar el jueves no podemos darles nuestras impresiones sobre los neoyorkinos Biohazard y los hardcorianos Pro-Pain, que salieron ya el miércoles (con entrada gratuita) para ir abriendo boca.
Así que el jueves empezamos bajo un sol abrasador que parecía iba a chamuscar la piel de cualquiera que abandonara la sombra que ofrecía el #RitualStage (uno de los tres escenarios del festival) y los diferentes stands y barras con los que contaba el recinto. Nos recibieron los franceses Betraying the Martyrs, que pese a su etiqueta de death core, divirtieron y sorprendieron a la audiencia con la versión del tema "Let it go" de la b.s.o. de "Frozen", dando paso, ya en el escenario principal (#MainStage), a Soulfly. La renovada banda de Max Cavalera (incluyendo un Cavalera Jr.) hizo un repaso a su discografía con canciones como "Prophecy" o "Eye for an Eye", sin dejar de lado temas de su antigua banda como "Refuse/Resist" o su conocido "Roots Bloody Roots", que aunque convencieron, dejaron entrever que el fundador de Sepultura ha tenido tiempos mejores.
A continuación, y tras unos momentos de confusión sobre los horarios y el orden de salida de las bandas que la organización se encargó de solventar rápidamente, nos encontramos frente a la banda Suicide Silence. Su cantante Eddie Hermida, sustituto del desaparecido Mitch Lucker y de ascendencia gallega, hizo las delicias de los fans del death-core (y los no tan fans) con un directo mucho más agradecido que su escucha en disco de temas como "Wake Up" y "Disenga". Y así llegó el turno para uno de los platos fuertes del día, a punto de subirse al escenario principal: desde Suecia, Refused se metieron al público en el bolsillo con un Dennis Lyxzén que sudó la camisa, el chaleco y la chaqueta (coreografía y paseo por el público incluidos), con su particular hardcore punk. Temas como "Elektra", "New Noise" o "Frequency" dieron muestras de que la banda está en plena forma tras unos años de sequía (este año publicaron su último trabajo "Freedom"), y conformaron la que en mi opinión fue una de las actuaciones del día.
Con la pilas cargadas, nos acercamos a por otra de las bandas de culto del hard-core, los canadienses Comeback Kid, que supieron suplir la falta de voz de su cantante Andrew Neufeld con una rabia y energía juvenil que fue correspondida por un público entregado, que no paró de corear "Wake up dead" o "Losing sleep" y de danzar a la más puro estilo mosh, haciendo sudar la gota gorda al equipo de seguridad del festival para evacuar a las decenas de fans que llegaban a través de un mar de brazos hasta el escenario. Fue una de las actuaciones más energéticas del festival, que quizá hizo que los siguientes en salir, Black Label Society, sonaran algo pesados y compactos, no solo por el enorme tamaño Zakk Wylde, sino por su tendencia al lucimiento propio. Seguro que el ex-guitarrista de Ozzy Osbourne gustó al público más heavy metalero, aunque la mayor parte del mismo ya estaba esperando por una de las bandas de la jornada.
Cannibal Corpse y su brutal death metal (mis oídos no están muy educados en este género músical), pareció no decepcionar a los que aún resistían, ya que los de Buffalo, con 20 años de carrera a sus oscuras espaldas y con George "Corpsegrinder" Fisher a la cabeza, sonaban tan guturales y agresivos como cabía esperar mientras nos alejábamos hacia un deseado sueño reparador.
La propuesta del viernes nos hacia esperar a priori una jornada más tranquila en lo que a tono musical se refiere, aunque en el ambiente se notaba que uno de los padrinos del rock & roll, el Sr. Kilmister, estaba rondando. Empezamos con Kadavar, que hicieron lo que mejor saben hacer, un directo rotundo y de calidad. Su stone rock con tintes setenteros pudo sonar "soft" a parte de la audiencia, pero demostraron en tan sólo 40 minutos de show que son una de las bandas más sólidas de la escena actual. El trío germano convenció (su batería Tiger merece que se arrastren a cualquier lugar si se tiene la oportunidad de verlos) y temas como "Living in your head" o "Black Sun" nos dejaron con ganas de saber a que sonará su tercer disco, que esperemos salga este año.
En el #Chaosstage (el tercero de los escenarios) empezaba a imponerse el trash con Toxic Holocaust. La banda de Joel Grind supo subir el tono para calentar al personal, que ya estaba a la espera de ver sobre ese mismo escenario a los pioneros del corssover/trash D.R.I. (Dirty Rotten Imbeciles). Aunque llevan casi 20 años sin editar nada nuevo, demostraron por qué han influido a tantas bandas de trash metal actual.
Pero antes, y en el escenario principal, tocaba un poco de nostalgia con los suecos Backyard Babies. Con un público más adulto y menos melenudo (no sé si por el servicio de peluquería molona con el que contaba uno de los stands del festival), los amantes del hardrock corearon temas de su "Total 13" como "Highlights" y disfrutaron alegremente de "Star War" o "Ghetto You". Su cantante Nick Borg estuvo generoso con las púas y las poses (atisbé al mismísimo Mike Ness en algunas de sus posturitas), mientras Dreggen y compañía nos hicieron añorar aquel revival escandinavo de los noventa que con bandas como The Hellacopters o Gluecifer, nos hizo pensar que el hardrock aún tenía recorrido.
A continuación y desde las antípodas, los abanderados del nuevo hardcore Deez Nuts, hicieron con sus sonidos rítmicos las delicias de los jovenzuelos que desbordaban la carpa y que no dejaron pasar la oportunidad de desatarse con temas como "Face This On My Own" y su ya himno para las nuevas generaciones "Band of Brothers".
Y de repente Motörhead, es decir, Lemmy, es decir: rock. La leyenda viva junto a su inseparable bajo Rickenbacker. Te puede gustar o no, pero es obvio que el Sr. Kilmister a sus casi 70 años nos hizo participes de auténtica historia de la música. Con su sonido más genuino, la banda inglesa nos dio lo que queríamos y terminó haciendo rugir el motor del festival con ese apoteósico final que supuso "Ace of Spades" y "Overkill". Son Motörhead, nada más que decir, aunque seguro que Lemmy añadiría "Everything Louder than Everyone Else".
La noche todavía daba para más, quedaban bandas potentes como los metaleros Children of Bodom, el hardcore de 7 seconds y desde Suecia de nuevo (Viveiro debería abrir un consulado sueco en el municipio) In Flames, que fueron los que más comentarios enfrentados generaron porque su death metal melódico no convenció del todo. Pero aún quedaba todo el sábado por delante.
El público sabadero abarrotó el recinto desde primera hora con el rock instrumental de los barceloneses Syberia, el nu metal con ritmos reggae de Skindred o el hardcore melódico de Merauder. Pero nosotros no nos acercamos al escenario hasta que por segunda vez en el Resu, los comprometidos Heaven Shall Burn consiguieron contagiar a todos su energía y buen feeling, con canciones como "Black Tears", "Hunters will be hunted" o "Like Gods Among Mortals", a un público de lo más entregado. Para muestra el final del show, cuando al más puro estilo estampida de ñus se produjo uno de los circle pit más impresionantes que hayan visto mis ojos. Gran concierto que sirvió de calentamiento para una de las bandas más esperadas por los amantes del hardcore.
Dog Eat Dog (pioneros del rapcore) hicieron un repaso a sus 25 años de carrera con temas como "Who's the king" o "No fronts", cerrando con un cover de la canción "Genocide" de los californianos The Offspring. Las tablas en el escenario se notan y se agradecen, y los de Jersey las tienen de sobra. Y llegó uno de nuestros canadienses favoritos, el castigador Danko Jones, el rock de la banda nos hizo pasar un buen rato con "Full of Regret", "First Date" o "Forget My Name", y protagonizó uno de los momentos divertidos de esta edición al hacer partícipes en el escenario a los retoños que participaban en el ResuKids (actividad para que los más pequeños también disfruten de la experiencia festivalera).
Descansamos mientras resonaba el black metal de Dark Funeral y más tarde el punk rock de Strung Out, para posicionarnos ante la inminente y única fecha en España de los influyentes Korn. Haciendo un repaso a su disco debut, Jonathan Davis demostró seguir teniendo uno de los registros de voz más cuidados del nu metal y entusiasmaron con "Blind", "Shoots And Ladders" incluyendo una gaita gallega o "Need To". Show con muy buenas vibraciones que, con "Falling Away from Me" o "Freak on a Leash" en los bises, dejaron claro quienes son los padres del nu metal. Incontestables en su género.
Aunque quedaba noche (el regreso a los escenarios del punk rock sueco (again) de Satanic Surfers o el metal polaco de Behemoth), lo cierto es que aprovechamos para recuperar fuerzas en la zona de gastronomía y el market aledaño, ya que Fear Factory estaban por salir a cerrar, con broche metálico industrial, esta décima edición de un Resurrection Fest, que se posiciona como una de las citas a tener en cuenta en el sur de Europa. Se quedan en el tintero algunas bandas, pero el cuerpo ya no daba para más.
No nos gustaría terminar esta crónica sin resaltar el excelente trabajo de la organización y la buena gestión en lo que a servicios, comida, transporte y limpieza (lo de pagar un depósito por los vasos es un acierto) se refiere, además del buen ambiente que transmite este festival y que nos deja la sensación de... Jo, qué guay, el año que viene vuelvo.
Crónica por Srta. Analógica y acompañante.
PD: La audiencia del Resurrection Fest sabe lo que se hace, ven los conciertos con los ojos, no a través de las pantallas de sus teléfonos.
Ha transcurrido esta edición aniversario del Primavera Sound sin grandes sorpresas. El problema de los desplazamientos y los cuellos de botella quedó notablemente solventado con el doble escenario principal Primavera-Heineken. Respecto a los adoquines “zamburguesa” del escenario Rayban, se optó por la solución tan práctica como poco bonita del alquitranado general. El tema baños y barras se lleva un suficiente raspado: colas kilométricas en los momentos de mayor afluencia a los primeros y personal insuficiente y de cuestionable destreza en las segundas. El Pitchfork sigue siendo ese escenario que te puede arruinar un buen concierto. Nada nuevo bajo el sol. Respecto a lo musical, a destacar el tácito homenaje a las mujeres en el mundo del pop-rock en general, de Patti Smith a Tori Amos, y a la escena Riot Grrrl en concreto, de las rescatadas Babies in Toyland a The Julie Ruin y Sleater-Kinney.
Precisamente con una mujer comenzamos el festival de miércoles. Christina Rosenvinge, respaldada por una estupenda banda, ataca los temas de su nuevo álbum, “Lo Nuestro” (El Segell del Primavera, 2015). El buen nivel de unas primeras canciones marcadas por un sonido compacto, arriesgado y sin miedo a ciertas volteretas melódicas se echa a perder con el desafine paulatino marca de la casa. Lástima. A continuación toca ver al señor David Gedge al frente de su “otra” banda, Cinerama. Cuarteto de cuerda y exquisitez instrumental para deleitarnos con unas versiones easy pop de los temas de la banda madre, The Wedding Present. El tercer envite del día viene a cargo de Albert Hammond Jr., que tiene canciones, actitud y una voz que ya quisiera el amigo Casablancas. Himnos pop-rock de tonalidades épicas (“Losing Touch”) y apañadísima versión del “Ever Fallen in Love” de los Buzzcocks. Y la guinda del pastel la puso OMD, que tal y como sospechaba rozaron lo excelso con sus clásicos (los más) y abrazaron lo casposo con los nuevos (los menos). ¿Se imaginan un “OMD tocan “Organization” y “Dazzle Ships””? Ójala se miren en el espejo de The Cure y se den cuenta de que, en su caso, cualquier tiempo pasado fue mejor.
El jueves madrugamos para ir al concierto de Interpol en la sala Apolo. A pesar de tener ticket reserva, tenemos que hacer cola y logramos entrar justo cuando los cuatro de Nueva York salen al escenario. Concierto notable. Tan solo cabe reprocharles que no sepan administrar mejor la calma y la épica para evitar cierta sensación de monotonía. Además, el “nuevo” bajista toca “Untitled” de principio a fin un tono por debajo del de sus compañeros. Esta sí, cagada monumental. Tras la pausa necesaria, nos trasladamos al Rayban a ver a Mikal Cronin, que despacha un catálogo de power pop basado principalmente en sus dos magníficos últimos álbums, “MCII” y “MCIII”. Despliegue melódico desde la soleada California aderezado con exquisitos arreglos, artesanía pop y un poquito de mala leche y distorsión. El Sr. Cronin ha encontrado una fórmula sobresaliente ejecutada por una banda de músicos de altísimo nivel que trasladan al directo texturas, juegos y detalles con pasmosa facilidad. Lo de las armonías vocales con su guitarrista fue de nota. Continuamos con Spiritualized en el escenario ATP. A día de hoy, Jason “Spaceman” Pierce es una leyenda viva. Parapetado tras sus gafas de sol, entonó versos sobre religión, amor y muerte como si se le escapase la vida con cada sílaba y consiguió que unos cuantos miles de personas entráramos en un trance góspel-rock de algo menos de una hora. La elección de un magnífico setlist (“Electricity”, “Shine a Light” y “Electric Mainline”, un orden perfecto), sin duda, ayudó. Y esa sensación tan poco común de haber vivido uno de los grandes momentos de la historia del festival. Con la magia instalada en el cuerpo iniciamos el peregrinaje a mordor para ver al primer cabeza de cartel del día, The Black Keys. Y el primer pinchazo. Incapaces de trasladar al directo todos sus trucos de estudio, su potencia se difuminó en la inmensidad. Faltó actitud, faltó suciedad y faltó peligro. Las divagaciones blues se hicieron especialmente pesadas, y para cuando el concierto quiso arrancar con alguno de sus temas más conocidos (pienso en “She's lone gone” o “Lonely Boy”), ya teníamos el bostezo instalado en el hipotálamo y el calambre en las piernas. El último concierto completo del día fue el James Blake, que ofreció un espectáculo similar al visto en ediciones anteriores. Atrincherado tras su prophet y su nord piano y cubierto por sus dos secuaces habituales a la percusión, guitarra y cacharrería electrónica, dejaron que el escenario se bañase de tonos azules para rompernos el ritmo cardiaco con los graves de la casa y, ya sin más prolegómenos, repasar temas de sus dos primeros LPs/EPs más la versión de Jonni Mitchell “A case of You”. Blake sabe administrar a su antojo momentos íntimos y piezas up-tempo. A destacar “200 press” y su hermoso caos de samples vocales. Los que esperábamos algún aperitivo de su próximo álbum, nos quedamos con las ganas. Para acabar el día, peregrinamos de escenario en escenario en busca de estímulos musicales para mover el esqueleto. Un Andrew Weatherall de una monotonía insoportable no lo consiguió, un Roman Flügel de sonidos más inquietos sí.
Iniciamos la jornada del viernes con el concierto de The Julie Ruin, que saldaban deuda con el festival tras cancelar en la edición 2014 debido a los problemas de salud de su cantante. En esta ocasión, Katheleen Hanna, The Punk Singer, demostró que la actitud y las ganas a veces pesan más que las limitaciones técnicas de una banda de músicos reguleros. Proclamas feministas (“la revolución será feminista o no será”), himnos new wave muy a lo B-52's, un estilo vocal de tonos agudos y burlescos (hacia el final del concierto entre sus cuerdas vocales apareció el fantasma de su pasada enfermedad) y una pirueta final de la que Ms. Hanna aún debe estar recuperándose. Cinco minutos fue el tiempo disponible para trasladarse al escenario ATP para ver a los escoceses Belle and Sebastian, que centraron su concierto en su “segunda época”, esa que iniciaron con “The Life Pursuit”. Los fans de sus cuatro primeros álbumes, esperamos, canción tras canción, a que empezase ese otro concierto. Para entonces, lamentablemente, ya nos habíamos tenido que ir para ver lo más cerca posible a Sleater-Kinney. El regreso de las de Olympia (Washington) con el estupendo “No Cities to Love” fue una de las mejores noticias del pasado ejercicio y su paso por nuestro país, una oportunidad única para deleitarnos con una de las mejores bandas de ROCK que hoy por hoy se pueden disfrutar sobre un escenario. Sin concesiones, sin dar un respiro entre canción y canción, potentes, precisas, voces, batería y guitarras fueron un tsunami sónico que nos dejó sin aliento. Tan solo se bajaron de semejante apisonadora en el último tema, la preciosa “Modern Girl”, con la que cerraron un recital sobresaliente. A continuación, justo enfrente, el concierto reunión del festival, Ride. “Fyt”, de sus coetáneos This Mortal Coil, sirvió para crear la atmósfera necesaria a modo de prólogo. Justo después “Leave Them All Behind” y su devastadora línea de bajo. “Polar Bear”, Seagull”, “Dreams Burn Down”, “Paralysed” y así hasta 16 temas centrados en la primera y mejor parte de su producción discográfica. Tablas, muchas tablas y un sonido si acaso más limpio/rockero y menos difuminado/shoegaze de lo esperado; no sabría decir si eso es algo bueno o malo. Para cerrar el día nos decantamos por Jon Hopkins, apuesta segura a tenor de lo ofrecido en su último disco, “Inmunity”, obra con la que ha sabido orientar su electrónica emocional a la pista de baile. Su directo es el de un hombre solo enfrentándose a las máquinas para hacerlas escupir emociones humanas, un genio que tan pronto te estampa poliritmias in your face como te inserta a mitad de concierto un paisaje ambient digno de Boards of Canada. O no tan solo: la coreografía de 4 bailarinas con hula hops de luces de colores cambiantes despertó una sonrisa de simple y llana felicidad. De otra galaxia.
Y llegamos al último día con más ganas que fuerzas, por lo que postergamos el pistoletazo de salida a los prometidos greatest hits de los ya clásicos por derecho propio Einstürzende Neubauten. A excepción de “Haus der Lüge”, momento más ruidoso del concierto, basaron su setlist en su época post-“Tabula Rasa”, su época “amable”: desarrollos musicales vanguardistas vertebrados en los recitados de un Blixa Bargeld de muy mala hostia, la cacharrería rítmica habitual y el bajo de Alexander Hacke. Cada vez que los veo en directo me prometo retomar las clases de alemán: Hipnóticos. Una vez más peregrinación –la última- a la zona de levante para ver al cabeza de cartel del día, The Strokes. 15 minutos de retraso hicieron temer lo peor. Finalmente salida al ruedo para tocar, uno a uno, todos los mejores y más conocidos temas de la carrera de los neoyorquinos, esto es, casi todo “Is This It?” y temas sueltos del resto. Concierto muy apañado cuya fluidez se vió empañada por unas infinitas pausas entre canción y canción. Tras finalizar el concierto, al calor del "Don't Worry Be Happy" de Bobby McFerrin, me convertí en cabeza de una conga kilométrica: momento surrealista del festival. Bastante rotos, escuchamos los primeros temas del “dubnobasswithmyheadman” de Underworld, recientemente reeditado. Ejercicio de nostalgia IDM que nos hizo rememorar en qué consistía la electrónica inquieta en la ya lejana década de los 90. Como era de esperar, cerraron con "Born Slippy.NUXX”, que no pertenece al citado álbum, pero es el tema que todo el mundo estaba esperando. Exhaustos, finiquitamos festival en el Rayban con Caribou. Dan Snaith se sabe poseedor de un directo capaz de embaucar al más escéptico. Uniformados de blanco, su talento consiste en difuminar los límites entre la canción pop y el puro dance, los instrumentos reales y los sonidos computerizados, incidiendo en la rítmica como principal argumento. Un fin de fiesta al nivel esperado en el escenario favorito de muchos.
El primer festival al que he asistido este año y aunque en un principio mi interés no iba más allá de unos pocos grupos, reconozco que he disfrutado de lo lindo. No sé si le ha pasado a alguien más, pero el Otero me ha parecido algo así como el hermanito pequeño del Resurrection Fest.
Llegué a Sir Lauren's justo cuando Hate In Veins terminaban su show, así que tuve tiempo de echar un vistazo antes de que comenzara el siguiente. Nunca había estado en esta sala y la verdad es que no tenía buenas referencias, pero tanto la amplitud de la misma como el escenario me gustaron. Además del típico merchandising de los grupos, también había varios stands de venta de discos, parches para las chaquetas... y un montón de imágenes adornando las paredes de monjas en situaciones comprometidas.
Del concierto de Tragic Vision poco malo hay que decir. El quinteto asturiano de metalcore se dejó la piel y centró el set list en su último trabajo, "Negactivity", pero desgraciadamente se encontraron con un público un bastante apagado.
Los siguientes en saltar al escenario fueron Soldier, y su thrash metal marcaría la línea a seguir el resto del día. Veteranos de la escena asturiana, tuvieron tiempo de dedicar temas tanto a "los que ganan sueldos de cinco cifras y roban" (atentos a la portada de su último disco, “The Great Western Oligarchy”) como a Mercyless, que se despedirían de su carrera musical con un gran show al día siguiente. Los primeros mosh pit del día llegaron a su plenitud con la versión del "Cowboys From Hell" que tocaron junto a componentes de Trallery, Mutant Squad y Crisix, y que serviría para poner punto y final a un gran concierto.
Con el tema central de "Terminator" comenzaba el que para mí fue el mejor concierto del festival. Con un solo disco en su haber, el trio mallorquín, Trallery, demostraba que no hay que irse fuera de España para escuchar thrash metal de calidad. Tema a tema desgranaron "Catalepsy" con el público totalmente en el bolsillo, por no hablar de mí mismo que disfruté como si de Slayer se tratara. Expertos como son en Metallica, nos regalaron una versión de "Creeping Death" que hizo las delicias (más si cabe) del respetable. Una vez terminado el concierto me acerqué a su stand para felicitarles y hacerme con un nuevo Ep en directo que acaban de editar.
Los siguientes eran los gallegos Mutant Squad. Veteranos también de la escena thrash nacional, virtuosos y currantes como ellos solos (este verano tocarán en Acordes de Rock, Rock Arena, Resurrection Fest...), no llegué a disfrutarlos tanto como hubiese querido. Centrados sobre todo en temas de su disco "Titanomakhia", también se atrevieron con sendas versiones de Black Sabbath y Sepultura. "Refuse, Resist", de estos últimos, sirvió para finalizar el concierto e invitar a salir a escena a gente de Soldier y Trallery, evidenciando el buen rollo existente entre grupos.
Qué mejor forma de finalizar la noche que con Crisix o, mejor dicho, con el fiestón de Crisix. Y es que me gustan mucho sus discos, pero está claro que el directo es su hábitat natural. Salieron a tocar a muerte dejando claro una vez más el alto nivel de metal que tenemos en este bendito país. Los temas de sus dos fantásticos discos (deseando escuchar el tercero) se iban alternando en su repertorio con medleys, pits de todo tipo, cambios de instrumentos y versiones como "I'm The Man" de Anthrax, o la mítica "Iron Maiden", que dedicaron a Larry Runner (¿aún hay alguien que no conozca "Diario de un Metalhead"?). Inolvidable.
El sábado procuré llegar a tiempo para ver a A.D. Ellos mismos se definen como brutal crossover y está claro que brutales son. Pusieron todo de su parte, pero el público era tímido y escaso. Una lástima que la gente no apoye a las primeras bandas del cartel, porque todas lo merecen.
Con Teething la cosa empezó a mejorar en lo que a audiencia se refiere. Al grito de "el anticristo está en Oviedo", la banda madrileña puso en práctica toda la brutalidad de su grindcore. Durante todo el concierto, su vocalista, enfundado en una camiseta de Hellhammer, no dejó de moverse entre la gente, llegando incluso a subirse a la barra ante la cara de desaprobación de la camarera. Pudieron gustar más o menos, pero seguro que no dejaron indiferente a nadie.
Bellako fueron los encargados de arrancar los primeros mosh pit de la jornada en una sala prácticamente llena. Los temas de su nuevo Ep, "Infection", funcionan a las mil maravillas en directo y eso sumado a la fuerza y la actitud de sus componentes dio lugar al primer gran concierto del día. En esta ocasión fue Kurti el encargado de pasearse entre la gente armado con su guitarra mientras hacía headbanging. A buen seguro que hizo las delicias de muchos fotógrafos.
Las camisetas de Dark Funeral y Bathory que se veían por el escenario poco antes de comenzar Legacy Of Brutality, hacían presagiar que el siguiente concierto se iba a salir de la línea habitual del día... y así fue. La contundencia del death metal de los asturianos fue impresionante, pero desgraciadamente el público no correspondió de la misma manera. Y es que a pesar de tener un gran número de seguidores, no eran muchos los que se encontraban presentes. Creo que habrían encajado mucho mejor el viernes. Aun así, castigué todo lo que pude mis cervicales y corrí a comprar su último trabajo, "Giants", una vez acabado el concierto. Si os gusta el death "old school" y tenéis ocasión de verlos en directo, no os los perdáis.
Con "bienvenidos, hijos del harcore", el vocalista de los catalanes Anal Hard ponía punto y final a cualquier resquicio metalero que aún pudiera quedar en la sala para retomar el hardcore (¿o debería decir defeko hardcore?). Por problemas de última hora tuvieron que utilizar los instrumentos de Bellako, pero eso no les impidió meterse a la gente en el bolsillo al poco de comenzar el concierto. Y es que el cuarteto de Masnou, con tres discos en su haber, están lejos de ser unos novatos. Además, a la contundencia de su música y a la guturalidad de sus voces se unieron las lluvias de confeti y balones de plástico que dieron un ambiente aún más festivo a los interminables pogos.
Lazare fue el único grupo de fuera de la península que participó en el festival. Procedentes de Rouen (Francia), pusieron los puntos sobre las íes con su hardcore cantado a dos voces que en algunas ocasiones recordó bastante a Biohazard. El concierto fue impecable salvo por un pequeño problema con un micro que se solventó inmediatamente.
EL plato fuerte del día (o la noche, según se mire) llegaba con Looking For An Answer. Los madrileños son todo un referente dentro del grind/deathcore nacional y en el Otero dejaron muy claro que no eran cabezas de cartel por casualidad. El concierto no tuvo pega alguna, exceptuando algunos problemas iniciales con los monitores y la verdad es que lo disfruté mucho más que en el Resurrection Fest 2014. La sala siempre tiene mucha ventaja con respecto a los espacios abiertos, al menos para mi gusto. En definitiva, una hora u hora y poco de brutalidad sonora y un cabeza de cartel que no admite discusión.
Los encargados de clausurar el festival fueron los veteranos de la escena hardcore asturiana, Mercyless, que ese misma noche se despedían de los escenarios. El grupo sin duda quiso que su último concierto se quedara grabado a fuego en el recuerdo de los asistentes y así fue. Salieron a matar con su mejor repertorio, con más ganas que nunca, y con el apoyo de todos los que allí estábamos. Siempre fuertes, nunca mejor dicho.
Llegó el momento que todos nuestros queridos usuarios estaban esperando: ¡Vuelven las crónicas festivaleras a Fanmusicfest! Así es, los redactores de la mejor web de festivales de España y parte del extranjero se desplazaron a la ciudad de Gijón para dar cumplida cuenta de lo acaecido en la tercera edición del Gijón Sound Festival.
El evento comenzó con la actuación de Fee Reega en la acogedora Colegiata de San Juan Bautista. La alemana (ya casi asturiana de adopción) conquistó al público no sólo con sus canciones a medias entre el surrealismo y el costumbrismo, también con sus nuevos temas influenciados por la electrónica y el final de su show al estilo GG Allin (sin escatología, eso sí). El contrapunto lo puso La Villana con un repertorio más tranquilo e intimista.
Ya en la sala Acapulco, dentro del Casino de Asturias, Ainara Legardón nos proporcionó momentos de calma alternados con otros llenos de furia, acompañada por su inseparable guitarra.
Se ha convertido en un tópico, pero la referencia a Antony and the Johnsons cuando se habla de Scott Matthews es inevitable. Y más, después de verlo en directo. El aire que se respira en el escenario y la fragilidad de las canciones recuerda irremediablemente al británico. Scott se ganó al respetable con su melancólico repertorio y una gran banda respaldándole.
Otro de los escenarios del festival fue la sala Otto (que pronto cerrará, por desgracia), donde José Domingo se erigió como uno de los triunfadores del día. El sonido psicodélico y denso del gerundense obtuvo la aprobación unánime de los allí presentes. Lo mismo, pero en sentido negativo, consiguieron Trajano!. No convencieron su pseudo imitación de Joy Division ni el pobre sonido que les acompañó.
La organización nos confirmó que había solapes entre conciertos (mal endémico de los festivales), así que nos encaminamos al Albéniz para no perdernos ni un solo tema de Flowers. Puntualidad inglesa para los londinenses, que fueron calentando a medida que se llenó la sala. Espíritu shoegaze y melodías noventeras que gustaron a los asistentes. Tomaron el relevo Luna, reunidos de nuevo para defender su legado, según declaró su alma máter Dean Wareham. Durante una hora y diez minutos nos transportaron unos cuantos años atrás en el tiempo en un ejercicio de nostalgia que nos hizo disfrutar como chavales. Por poner algún pero, se hizo corto y quien más quien menos echó en falta alguna canción. La jornada acabó en el Savoy Club con The Puzzles, rock'n'roll clásico sin más pretensiones.
Al día siguiente tocaba escoger, Nick Mulvey y La Habitación Roja en la Laboral o Huias y Matthew Herbert en el Jovellanos. Nos decantamos por estos últimos con la esperanza de mover un poco el esqueleto al son de buena música bailable. Lo conseguimos a medias. Huias estuvieron en su línea, electrónica espesa y oscura de calidad superior. En cambio Herbert ofreció un número esperpéntico basado en un batiburrillo instrumental con un bombo detrás en plan porrompompero. No hubo por donde cogerlo.
Un vistazo rápido a la sala Otto para confirmar que Belako tienen todas las papeletas para ser muy grandes, y corriendo a ver a The Jayhawks en el Albéniz. No hay fallo con los chicos de Gary Louris aunque siempre se echa en falta a un tipo tan talentoso como Mark Olson. Tienen repertorio y clase para parar un tren: Blue, Two hearts, I'm gonna make you love me, I'd run away y las que se dejaron en el tintero.
Cerraron el festejo unos habituales de Gijón como quien dice, El Columpio Asesino. Otros que salen ya con el público entregado de antemano. Energéticos, contundentes, a ratos inquietantes, pusieron un broche más que digno a un festival que puede afrontar el futuro con la cabeza bien alta y henchido de orgullo y satisfacción por el resultado y la buena organización, que incluyó actividades diurnas a las que lamentablemente no pudimos asistir. Prometemos propósito de enmienda para el año que viene.
Para nosotros, la jornada del sábado empezó en el Main Stage con Hamlet. Era la primera vez que los veía en directo y eso que he tenido un montón de ocasiones a lo largo de los años. Desde el primer segundo quedó claro que iban a poner toda la carne en el asador. Molly derrocha actitud por los cuatro costados: no paró de dar saltos, de correr de un lado a otro del escenario, se atrevió a hacer crowd surfing e incluso participó en un wall of death. Por eso, a pesar del poco tiempo del que disponían, el concierto dio más de sí de lo que cabía esperar en un principio. Tocaron "Irracional", "Egoismo", "Habitación 106", "Muérdesela", "Tu Medicina" y "J.F" (ésta última compuesta en tiempos de Aznar, pero que, desgraciadamente, sigue estando de plena actualidad). Sin duda se merecían que su nombre figurara en el cartel con letras más grandes.
La primera visita del día al Ritual Stage también resultó de lo más satisfactoria. Con la carpa llena hasta los topes, comenzaron su concierto los thrasers de Denver, Havok. "Covering Fire", "Point Of No Return", "I'm The State" o "Time Is Up" fueron algunos de los temas que desgranaron de su corta pero intensa y muy recomendable discografía. Conciertazo de thrash metal de la vieja escuela.
Vuelta al Main Stage, esta vez para ver que tenía que ofrecernos los británicos Gallows. Su vocalista, Wade Mcneil, nos sacó pronto de dudas saltando al foso y de ahí al público nada más comenzar el concierto con "Last June". Le siguieron "Outsider Art", "Misery", "Mondo Chaos"... mientras la gente gozaba todos y cada uno de los temas en un mosh pit interminable. Si queréis hardcore punk con mucha, mucha actitud, Gallows es vuestra banda.
Los siguientes en saltar al Ritual Stage fueron los belgas Aborted, que presentaban su último trabajo "The Necrotic Manifesto". Su brutal death con tintes grind no dejó títere con cabeza. "The Extirpation Agenda" y "Necrotic Manifesto" fueron algunos de los temas que presentaron de su último trabajo. No faltaron tampoco clásicos como "Meticulous Invagination" o "Expurgation Euphoria" así como los también clásicos circle pit y wall of death.
Como llegamos temprano, pudimos coger un buen sitio en el Main Stage para ver a los franceses Gojira. Había oído hablar maravillas de sus directos y la verdad es que desde el primer minuto dejaron claro que iban a por todas. Arrancaron con "Explosia", tema que abre su último trabajo para seguir con "The Axe", perteneciente también a "L' Enfant Sauvage"; de "From Mars To Sirius" extrajeron "Backbone", "The Heaviest Matter Of The Universe" y "Flying Whales", ésta con wall of death incluído; con "L'Enfant Sauvage" vuelven a su último disco, a estas alturas con el público totalmente en el bolsillo, para atacar a continuación "The Way Of All Flesh" con "Toxic Grabage Island" y "Oroborus". Cuando ya se había cumplido el tiempo y todos dábamos el concierto por finalizado, la banda nos regaló un último tema, "Vacuity", que sirvió para poner punto y final a un concierto memorable.
Hasta el concierto de Obituary, nos ocupamos más de protegernos de la lluvia que de otra cosa. El agua no dejaba de caer, así que un rato antes de que comenzara el concierto, el Ritual Stage ya estaba lleno, tanto de fans como de otros que sólo buscaban un lugar donde refugiarse. Con un telón de fondo ilustrando el logo del grupo, salieron al escenario los miembros de la mítica banda de Florida. El setlist se centró sobretodo en sus trabajos antiguos, como su primer y lejano disco "Slowly We Rot", del que extrajeron temas como "Stinkupuss", "Intoxicated" y "Bloodsoaked", que hicieron las delicias de los fans más clásicos y nos arrancaron enrabietados headbangin. También tocaron "Infested" y "Chopped In Half" de su segundo disco "Cause Of Death. Por supuesto, no faltaron temas de su último trabajo como "Violence" o "Inked In Blood" que da título al disco. Una vez más, volvieron la vista atrás con dos temas de su tercer trabajo, "The End Complete", que da nombre al disco y "Back To One", para regresar a su primer disco con "Slowly We Rot", que casi hace que se nos salga la cabeza del sitio. Brutales.
Testament era uno de los grupos que más ganas tenía de ver, así que decidimos acercarnos al Main Stage y plantarle cara a la climatología. Desgraciadamente no duramos mucho, ya que tras "Rise Up" y "The Preacher" la lluvia nos hizo huir con el rabo entre las piernas en busca de refugio. Desde bastante lejos pudimos escuchar (más que ver) lo que tocaron a continuación: "More Than Meets The Eye", "Native Blood", "Dark Roots Of Earth", "Into The Pit" y los clasicazos "The New Order", "Practice What You Preach" y Over The Wall". Para los bises dejaron un par de canciones de "The Gatering": D.N.R (Do Not Resuscitate)" y "3 Days In Darkness". Al finalizar el concierto, Chuck Billy no quiso marcharse sin dar las gracias a los fans que les habían mostrado su apoyo a pesar de la lluvia. Una lástima que un enorme concierto se vea ensombrecido por el mal tiempo.
Una vez finalizado el show, nos dispusimos a abandonar de mala gana el festival, ya que un servidor se pegaba el madrugón padre al día siguiente y aún nos quedaba el viaje de regreso. Con nosotros nos llevamos la gran experiencia de estos fantásticos tres días y las ganas de volver a Viveiro. Porque el año que viene repito seguro, palabra de metalhead.
Mi primer año en el Resurrection Fest y eso que lo tengo a tiro de piedra. Más de una vez me he sentido tentado a asistir a alguna de sus ediciones anteriores, pero reconozco que un cartel formado casi exclusivamente por grupos de punk, hardcore y metalcore no entra dentro de mis ideales musicales. Afortunadamente, para muchos de nosotros, la tendencia está cambiando y la organización ha decidido abrir un poco más el abanico de estilos incluyendo bandas de sludge, thrash o death metal. El pasado año, por ejemplo, combinaron con gran acierto grupos como Slayer, Madball, Biohazard, Exodus, Millencollin, Black Flag o Lamb Of God, consiguiendo así impregnar al Resurrection de una personalidad única y muy diferente a otros festivales nacionales. Aunque ha sido este año cuando, a mi modo de ver, han confeccionado uno de los carteles más atractivos que recuerdo.
Resultaba misión imposible estar a primera hora en el festival, así que nuestro plan era llegar a tiempo para el concierto de Red Fang, que empezaba a las 18:00. Desgraciadamente, mi pésimo sentido de la orientación, el imán que últimamente tengo para la Guardia Civil y el despiste de otro asistente al festival con el que tuvimos un leve accidente de coche, hizo que únicamente pudiéramos escuchar "Prehistoric Dog" mientras hacíamos cola para recoger las acreditaciones. Una lástima porque pude verlos el año pasado en el Sonisphere y su directo es demoledor.
Mientras cambiábamos efectivo por la moneda del festival, daba comienzo el concierto de los neoyorquinos Backtrack. Muy contundentes, descargaron su hardcore puro y duro mientras el público enloquecido gozaba del circle pit que constántemente exigía la banda. El grupo hizo repaso a todos sus trabajos desde su primer Ep con "Wellcome To The Pound", "Darker Half", incluido en su primer disco, o "Nailed to the Track" perteneciente a su último trabajo, editado este mismo año. En resumen, brutales.
Quedaban cosa de veinte minutos para que Crowbar saltaran al escenario principal, así que era un buen momento para aprovisionarnos de la imprescindible ración de cerveza. No fueron más de dos minutos lo que tardaron en atendernos, todo un récord comparado con el infierno que significa ir a por bebida en muchos festivales. Corta espera debida sobre todo al buen número de puestos de bebida que poblaban el festival, pero sospecho que también a la juventud de los asistentes (una media de unos 26 ó 27 años), que son los que más sufren la actual crisis económica. Supongo que por eso era frecuente encontrarse con numerosos chavales bebiendo de los grifos de los servicios e incluso llenando de agua sus vasos de litro. Hablando de vasos, tengo que mencionar la buena idea del festival de proporcionar para las bebidas vasos de tamaño normal y de litro previo pago de un euro. Éstos eran de un plástico más resistente y te "obligaba" a que en sucesivas visitas a la barra llevaras tu propio recipiente, evitando así que acabaran tirados por el suelo. Podía llegar a ser un poco engorroso cargar con el vaso si no tenías mochila, pero ¿y lo bien que quedan de adorno en mi estantería? Pues eso.
Crowbar era uno de los grupos que más ganas tenía de ver y no defraudaron, como era de esperar. Si bien es cierto que no me gustó cuando Kirk Windstein dejó Down, sí que esperaba que una vez centrado en Crowbar, nos compensara haciendo algo grande con la que es realmente su banda. Muy recomendable su último trabajo, por cierto. Los escasos cincuenta minutos del grupo sobre el escenario sirvieron para deleitarnos con temas nuevos como "Walk With Knowledge Wisely", primer single de su último disco, así como "The Cemetery Angels" y "Server The Wicked Hand" pertenecientes al disco editado en 2011 del mismo nombre. Tampoco faltaron los clásicos como "Conquering", "Self Inflicted" y "All I Had (I Gave)", que disfrutamos como locos. Como única pega decir que los graves saturaban un poco el sonido y que eché de menos "Existence Is Punishment", pero en tan poco tiempo no se puede pedir más. Gran concierto y cervicales calientes para lo que vendría más tarde.
Una vez más, volvemos al Chaos Stage (escenario mediano) para ver a Authority Zero. Procedentes de Arizona, practican ese punk melódico norteamericano que tanto me gusta (nótese la ironía), tipo Pennywise, banda que por cierto se encuentra entre sus influencias. "Brick In The Wave", "Today We Heard The News", "Courage", y "No Regrets" fueron algunos de los temas que compusieron su set list. Reconozco que a pesar de mis prejuicios dieron un gran concierto. El circle pit, la actitud del grupo en general y de Jason DeVore (su vocalista) en particular, que acabó saltando al público en la recta final del concierto, hace que sea difícil no disfrutar del show. Destacar también la sobresaliente aceptación por parte del público.
Con Amon Amarth llegó el que para mí fue el mejor concierto del jueves. Con un telón de fondo ilustrando la portada de su último álbum, saltaron al escenario los cinco suecos que tienen el honor de ser, hoy por hoy, los máximos representantes del viking metal mundial. Entre sus temas más celebrados estuvo su último single, "Father Of The Wolf", "Deceiver Of The Gods", cuya introducción tarareamos todos los allí presentes con el beneplácito de su vocalista, "As Loke Falls", "Asator", "War Of The Gods"... Momentazo también la reaparición del grupo en los bises, con Johan Hegg portando un martillo al más puro estilo Thor y golpeándolo contra el suelo en el mismo momento en que arranca "Twilight Of The Thunder God". Sólo recordarlo y se me ponen los pelos como escarpias. Brutal.
Una vez acabado el concierto nos encaminamos hacia el Ritual Stage donde estaban tocando The Ocean, una banda alemana de post metal, que a pesar de gozar de buen sonido no nos retuvo más de unos pocos minutos. El estómago empezaba a protestar y la propuesta del grupo no nos decía nada.
Una vez llegamos a la zona de los puestos de comida, nos quedamos sorprendidos por la cantidad y la variedad de chiringuitos que ofrecían desde los típicos bocatas de chorizo frito, hasta hamburguesas, kebabs, comida mejicana, paella... y todo ello con esperas de no más de cinco minutos. Una maravilla.
Una vez saciado el estómago decidimos pasarnos por el Chaos Stage, donde la banda de metalcore, Architects, estaba a punto de comenzar su actuación. Los británicos, que visitaban el Resurrection por segunda vez, venían presentando su nuevo disco "Lost Forever / Lost Together" en el cual basaron gran parte de su repertorio. "Grave Digger" , "C.A.N.C.E.R", o "Naysayer", se intercalaron con temas más antiguos como "Alpha Omega" y "These Colours Don´t Run". Gran grupo en el mejor momento de su carrera.
Le tocaba el turno a Megadeth, los cabezas de cartel del día, y se notaba en la gran afluencia de público. Soy gran fan del thrash y la banda de Mustaine es una de las más relevantes dentro de su estilo, pero reconozco que no me encuentro entre sus más fieles seguidores. Aún así disfruté con canciones como "Skin O' My Teeth" (una de mis favoritas), la imprescindible "Symphony Of Destruction" , "Hangar 18", "Peace Sells", o "
Holy Wars... The Punishment Due". Tampoco faltó la insoportable (por lo visto sólo para mi) "A Tout Le Monde", que todo el respetable coreó. El montaje del escenario era exactamente igual que el que pudimos ver en el Sonisphere el año pasado: tres pantallas, dos a los laterales y una al fondo, con imágenes relacionadas con los temas que iban tocando. En definitiva, buen concierto y público entregado, aunque reconozco que me dejó algo frío.
Una vez más volvimos al Ritual Stage, escenario pequeño solo de tamaño porque de calidad estuvo sobrado. High On Fire saltaban al escenario y comenzaban un concierto bárbaro. "Fury Whip" fue la primera en sonar... qué bestias. Su sonido se puede describir como un híbrido sludge/stoner envuelto en una atmósfera densa, oscura, y una voz que me recordó a la del mismísimo Lemmy . "Fertile Green" y "Madness Of The Architect" fueron los temas su último disco que se mezclaron en el set list con clásicos como la brutal "Fireface", "Devilution", "Rumors Of War" o el pepinazo final que fue "Snakes For The Divine". Sin palabras.
Por problemas técnicos el concierto de Kreator dio comienzo con casi media hora de retraso. Disfrutaron de un gran sonido y se dejaron la piel en el escenario, pero su set list me resultó un poco decepcionante. "Phantom Antichrist", "From Flood Into Fire" y "Civillization Collapse" fueron los temas elegidos de su último trabajo; "Phobia", "Enemy Of God" y "Violent Revolution", esta última con wall of death incluido, fueron muy celebradas por el público; y sí, también tocaron clásicos ochenteros como "Pleasure To Kill", y varios temas procedentes del Endless Pain como la canción que da título al disco, "Endless Pain", además de "Flag Of Hate" y "Tormentor". Pero, ¿qué pasa con "Extreme Agression", "Terrible Certainty", "Coma Of Souls"...? Bien es cierto que solo tocaron una hora y nunca llueve a gusto de todos, pero no pude evitar abandonar el recinto del festival con cierto regustillo agridulce. El viernes sería otro día.
La jornada del sábado comenzó en el Jardín Botánico Atlántico de Gijón bajo un espléndido sol primaveral. Los primeros en hacer acto de presencia fueron Huias, pero servidor aún estaba desayunando para coger con fuerza la segunda y última jornada. Al llegar al recinto, mientras suena de fondo Throwing Snow, nos avisan de que debemos parar en la cafetería de éste si queremos tomar algo, ya que la barra colocada por la organización para tal fin, está imposible. Nos sorprende lo animado de la sesión, puesto que estamos acostumbrados a que en medio del vergel asturiano, suenen melodías más oníricas. Cuando por fin tenemos contacto visual con la pequeña pérgola donde se sitúan los artistas, comprobamos que el “escenario prometedor” es más bien una romería con música propia de un after ibicenco cortesía de Luke Abbott (último de los artistas de la sesión matinal), lo que sumado al postureo predominante se traducen en dos cosas que no son santo de mi devoción. Quizá el hecho de que sólo cueste tres euros la entrada matinal, hace que los que quieren ver y dejarse ver, suban en masa. Me imagino que acabarán limitando el aforo (y subiendo los precios).
Como compensación, una agradable comida rodeado de gente muy maja sirvió para reponer fuerzas de cara a la sesión nocturna. Ésta comenzó en el teatro con la obra “Proyectors” de Martin Messier, en la que haciendo gala de su sobriedad habitual utilizó un laptop y el sonido de tres viejos proyectores de cine de 8mm para ofrecer un despliegue auditivo y visual que interesó vivamente a los espectadores.
A continuación, Herman Kolgen nos deleitó con un segundo proyecto: “Different Trains”. Una interpretación con cuarteto de cuerda de la obra homónima de Steve Reich. Sencillez en las antípodas de “Seismik”
Primera visita del día al templo desacralizado de la mano de LCC (antes conocidas como Las CasiCasiotone) Las asturianas presentaron su inminente álbum debut “d/evolution”, grabado en el sello Editions Mego. Electrónica desasosegante y oscura, acompañadas por un trío coral que reforzó el misticismo de su actuación. Conviene no perderlas de vista.
El siguiente en actuar fue el joven Koreless, que mostró su propuesta de graves y ritmos rotos influenciados por el jazz. Hubo que esperar a los temas finales para que el ahijado artístico de Jamie XX hiciese alguna concesión al baile siempre ansiado por los presentes.
De vuelta al teatro, Atom TM no dejó títere con cabeza mediante unos visuales absolutamente críticos con el establishment musical y un sonido que bebe de Kraftwerk pasados por un filtro punk. Magistral demostración de poderío del alemán. Lo que inicialmente parecía un desatino -volver al teatro a la una de la mañana- se convirtió en un fiestón en toda regla.
Otra vez camino de la iglesia para un rush final que comenzó con Rival Consoles. IDM y techno cañero basados en temas de sus últimos álbumes hicieron bailar al personal y lo dejaron listo para Aoki Takamasa. Techno profundo y minimalista, impecable en su desarrollo técnico. Convenció y triunfó. Algo tienen los japoneses que comulgan a la perfección con el público del L.E.V. Así sí, simplemente sublime.
Vessel lo tuvo fácil para cerrar esta edición del L.E.V. después de lo arriba que nos habían dejado el músico alemán en el teatro y el nipón en la iglesia. Con una actuación desigual, interpretando a su manera techno, house, bass music, oscuridad, y formando una amalgama que cumplió con las pocas exigencias de un público dispuesto a bailar lo que fuera en ese momento. Quizá porque ya teníamos la mente y el corazón puestos en el L.E.V. 2015.
Un año más la Universidad Laboral de Gijón sirvió de majestuoso escenario principal para el L.E.V. (Laboratorio de Electrónica Visual), posiblemente el festival de música electrónica más prestigioso del país. El nivel de la programación sigue siendo más que notable, con propuestas de indudable calidad más allá de las preferencias personales. Por contra, el tema organizativo no acaba de estar a la altura, como demuestran los problemas de acceso acaecidos el viernes. Parece ser que en esta edición se ha acotado la cantidad de entradas al aforo del teatro, cosa que puede ser entendible, pero deberían haberlo publicitado más, ya que bastantes asistentes habituales, algunos llegados de fuera de Gijón, se encontraron con la desagradable sorpresa de que estaba todo vendido una vez llegaron a la Laboral, cosa que aprovecharon algunos para hacer negocio con la reventa. Los afortunados (o avispados) que ya las habían comprado, tuvieron que esperar una cola eterna para conseguir el abono impreso y canjearlo después por la omnipresente pulsera. A mejorar. El asunto del avituallamiento tampoco estuvo bien resuelto. Un diminuto puesto de comida y dos no mucho mayores de bebida atendidos por camareros absolutamente desbordados. Aquí la cola era doble, una para comprar los tickets (válidos sólo para un día, no tengo muy claro el porqué de tal abuso generalizado en los festivales...) y otra para pedir la consumición. A esto hay que sumarle que la cafetería de la Universidad funciona de forma ajena al L.E.V.; mantiene sus propios horarios y existencias, con lo que a las nueve ya no había bocadillos y poco después cerró. Otro aspecto mejorable.
Desgraciadamente, este humilde redactor no pudo asistir a los espectáculos de Electronic Performers ("Trinity", el jueves en el Jovellanos) y Martin Messier ("Sewing Machine Orchestra"), los cuales tuvieron gran acogida entre el público que pudo disfrutar de ellos.
Para Fanmusicfest la jornada comenzó en el teatro con Douglas Dare, joven talento británico que puede recordar a un James Blake más pop. Parapetado tras su voz y su piano, desgranó temas de su primer disco, de inminente aparición. Las canciones me parecieron un poco monótonas y melosas, salvo en aquellos momentos en que Fabian Prynn, su acompañante en el escenario, hacía que su batería con efectos digitales cobrase protagonismo, como en la última canción, "Swim", la mejor de largo. Si todas hubiesen sido así, estaríamos hablando de lo mejor del día. De hecho, fue más aplaudido que el propio Dare ("Tienes más fans que yo", le dijo). A pesar de todo, conviene no perder de vista a este chico, promete.
Tomó el relevo con veinte minutos de retraso, Herman Kolgen (tiempo que se acabó recuperando durante la noche, bien por la organización) para presentar su espectáculo "Seismik". Unos espectaculares visuales (gráficos de terremotos, texturas de rocas, aviones retenidos por cables salidos de ninguna parte...) respondían a las variaciones de lo que parecía la banda sonora del apocalipsis tectónico-digital. Hubo algún momento tedioso en la parte central de la performance, preludio del brillante final noise con el que cerró. Sobresaliente el canadiense.
A continuación, y casi sin respiro, comenzaron Esplendor Geométrico su actuación en la iglesia, que sigue estando poco aprovechada para la parte visual, a pesar de los flashes que este año iluminaban los laterales. Respaldados por unos pobres (aunque cuasi-cómicos en algún momento) visuales, estos veteranos de la escena electrónica ofrecieron un show basado en sonido industrial y EBM de la vieja escuela, con voces onomatopéyicas y tribales. Entrañable para los que descubrimos la música sintética con Front 242 o Nitzer Ebb, pero reconozco que puede ser poco estimulante para los devotos de sonidos más innovadores.
Vuelta al teatro para vivir la mejor experiencia de la noche con Robert Henke y su "Lumière". Cuatro laseres proyectando geometrías de creciente complejidad a medida que la música evoluciona. Si Esplendor Geométrico son vieja escuela, Henke es escuela futura. EBM de nueva generación con toques techno y reminiscencias de drum'n'bass hicieron que la mayor parte del auditorio se pusiese en pie primero para bailar y después para aplaudir al gran triunfador de la jornada, cuyo trabajo amortizó por sí solo el precio del abono. Gracias al propio artista pudimos saber que el musicón que presentó fue una obra creada especialmente para el festival. Doblemente afortunados los que pudimos presenciarla.
Después de asistir a un espectáculo semejante, es difícil que el siguiente satisfaga. Y eso me pasó con Fasenuova. Su personal interpretación de la electrónica me encontró plenamente lleno tras Robert Henke y no consiguió captar mi interés. A toro pasado, creo que fue una pena y habrá que dar otra oportunidad en circunstancias más propicias a los asturianos de voces desgarradas y melodías minimalistas.
Cerró la sesión nocturna Vatican Shadow, una decepción que consistió básicamente en techno de club de medio pelo auspiciado por un tipo que pasó más tiempo saltando con una linterna que tras la mesa. Un espectáculo lamentable en la línea de desgracias para la música tales como David Ghetta.
A pesar de ello, buen sabor de boca global y expectación ante lo que se avecinaba el sábado.