Biografía

El lo-fi está de moda. Eso es una realidad incontestable. Y en buena parte, a pesar de que ahora lo fashion es rememorar el pasado con un sonido a lata oxidada y desafinación crónica, hay grupos que están haciendo lo posible por unirse a las grandes ligas del indie y asomar la cabeza por los grandes festivales gracias a canciones que unen esto y aquello. Con “aquello” nos referimos a la accesibilidad, la facilidad de entrar sin herir en los oídos de la gente acostumbrada a la perfecta canción pop actual, de sonido limpio y, en ocasiones, hasta preciosista. Y ahí es donde entra en escena Woods.

Lo que pasa con el estilo noisy-lo-fi es que a estas nuevas bandas les cuesta penetrar en un público que no esté atado al modernismo exacerbado y a los sonidos políticamente incorrectos o de herencia shoegazing. Pero en el caso de los de Brooklyn la historia cambia, saben estar en el punto medio entre el barro y el palacio de las flores. Woods llevan ya unos añitos dando el cante (y nunca mejor dicho).

Pertenecen a una oleada de grupos extintos desde hace décadas, hiperactivos jóvenes que no dejan de editar nuevo material (como se hacía en los ’60, donde los grupos no tardaban ni seis meses en sacar su siguiente disco), inquietos y recogedores de una fuerte influencia de los grandes gigantes de la música. Pareciera que están estancados a finales de los ’60 y que sueñan con corretear en los verdes prados de la psicodelia y el LSD de Woodstock si no fuera porque se rodean de pedales y elementos propios de las nuevas tecnologías.

En el 2010 y se animan con su quinto disco de estudio en sus escasos tres años como banda (sin contar los varios 7’’ que suelen preceder los LPs), "At Echo Lake", atacando la limpieza desde el nexo conector entre lo raro y lo peculiar, el mainstream de alcoba y el sonido silencioso. Ahí es donde el disco del cuarteto neoyorquino crece en pervertir la canción.

Se sirven de instrumentos que suenan a usados y medio rotos para guardar sonidos de baja fidelidad bajo la lupa de la bonita canción pop de fogón de campamento. Y en esos pequeños detalles es donde el óxido acaba brillando, con una voz cercana a Elliott Smith (sólo con oír Til the Sun Rips basta) y un sonido que bebe tanto de la Velvet Underground y The Byrds como de The Sleepy Jackson y el pop sueco. Mientras Blood Dries Darker juega del lado del rock británico macarra y Pick Up desata psicodelia flácida e intimista, otras como Get Back o Deep suenan a ejercicio de comprensión de cómo (no) tocar bien y hacer las cosas en su punto justo. Woods son la banda sonora perfecta para un día de invierno en el que se vislumbra el sol entre las nubes, pero así y todo no te apetece quitarte el pijama ni bajar a comprar el pan. Tiene ese toque de depresión feliz, de soledad íntima y de fuera de juego dentro del indie y el lo-fi. Lo que los hace diferentes es la accesibilidad y el juego retrofílico breve que escupen.

Sun And Shade” (2011) dio otro paso al frente y este “Bend Beyond” (Woodsist 2012) se vislumbra casi definitivo, hasta el punto de poderlo definir entre comillas como un álbum “pulido”.

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