Iniciamos nuestra andadura por el Primavera Sound 2016 con el concierto gratuito de Suede del miércoles. Los británicos reservaron la presentación de su último disco (+videos) para la actuación del jueves en el auditorio, dedicando el miércoles a unos grandes éxitos con la mirada puesta en sus 3 primeros álbumes. Brett Anderson dejó de cazar dragones el día en que, incapaz de llegar a los tonos más altos de sus canciones, giró el micrófono hacia el público por vez primera. Desde entonces, el gesto no ha dejado de repetirse. No obstante, la entrega de banda y cantante (la camisa de Brett acabó hecha jirones) y un repertorio enorme (versión acústica de “She‘s in Fashion” incluída) nos hizo sentir durante algunos instantes tan jóvenes como cuando realmente lo éramos. Nostalgia Britpop.
Nuestro primer concierto del jueves fue el de BEAK>, que basaron su concierto en los ritmos motorik y largos desarrollos cósmicos marca de la casa. Un Geoff Barrow de muy buen humor nos deleitó con un repertorio de trucos a las baquetas, estableciendo mínimas pero frecuentes variaciones reforzadas por el trabajo de Billy Fuller al bajo y las maquinaciones analógicas del recién incorporado Will Young (que sustituye a Matt Williams). Catálogo exquisito de maneras krautrock que repasó varios momentos de su discografía con intensidad y precisión.
Y con Air llegó el primer nombre „grande“ del festival, un concierto de maneras exquisitas y delicadas no aptas para espacios abiertos, horas tempranas y charlatanes, factores todos ellos -por desgracia- presentes. Con motivo de su veinte aniversario y recién publicada antología, Nicolas Godin y Jean-Benoît Dunckel revisitaron las joyas de un catálogo exquisito: “Venus”, “Cherry Blossom Girl” (cuesta creer que esta canción la cante un hombre), “How Does It Makes You Feel?” y una exquisita “Highschool Lover” (de la banda sonora de “Las Virgenes Suicidas“) se hubiesen beneficiado enormemente de una programación en el auditorio.
La idea era acercarse al Rayban a ver a Floating Points, pero la desmoralizante caminata nos hizo revisar horarios de bolsillo y decidir quedarnos en Mordor a ver la actuación de Explosions in the Sky. Y visto lo visto, hicimos bien. Hace ya tiempo que perdí el interés en ese post-rock instrumental de maneras épicas y largos desarrollos de Mogwai, GS!YBE y similares. Tal vez fue ese largo barbecho el causante de una hora de auténtico trance. O igual fue la actitud de una banda que se deja la piel con cada nota. Emocionantes, tan dedicados a los matices y los requiebros melódicos como a los clímax eléctricos. Para much@s, mejor concierto de esta edición.
Lo de Tame Impala fue una auténtica pena. El concierto tenía todas las papeletas para convertirse en una gran fiesta. Y lo fue (confeti incluido). Pero entonces dejó de serlo. Y habría de seguir siéndolo… eventually. Pero una pausa de 10 minutos a mitad de un concierto es una prueba de resistencia solo apta para los muy fans, y para cuando el recital superó el completo apagón y continuó en el punto exacto donde lo habían dejado, gran parte del público ya estaba en la barra o baños más cercanos reponiendo o descargando líquidos. Las pantallas con proyecciones sicodélicas, el repertorio entre el pasado rock y el presente pop 80s de "Currents", la capacidad para trasladar los efectos de producción al directo (tiraron de flanger sin pestañear), todo iba sobre ruedas hasta que, justito en el estribillo de “Eventually”, el respetable se quedó haciendo los coros. Coitus interruptus, lo llaman.
Que LCD Soundsystem son implacables tanto en estudio como en directo no es algo nuevo. En su día los ví en sala 2 veces, y he de decir que la intensidad, perfección y energía de entonces sigue estando presente. La pausa de 5 años, si acaso, me ha hecho valorar aún más a James Murphy como el grandísimo cantante que es. Hubo temas de sus 3 discos, hubo bola de espejos bajando de las alturas, hubo versión especialmente espídica de “Daft Punk is Playing at my House”, hubo una interpretación de "Movement" enloquecida. Hubo –esta vez sí- concierto del día.
Iniciamos el viernes con el concierto de Savages. Resulta sorprendente que hace tan solo 3 años esta fuera una banda revelación programada en el Pitchfork. A riesgo de sonar obvio, definiría lo que aconteció en el escenario Heineken como salvaje. Su postpunk, desde luego, no inventa la pólvora, pero prende bien. Sonido sucio, rocoso, enmarañado, sin florituras ni matices (a la guitarra eléctrica le faltó volumen) y una Jehnny Beth descomunal que lideró, exhortó, hipnotizó y saltó innumerables veces a un mar de fans (el personal de seguridad no tuvo poco trabajo) que incluso hicieron de sólido pilar cuando la francesa decidió arrodillarse sobre ellos. Cerraron con un “Fuckers” siempre vigente (don't let the fuckers get you down) y no tocaron el glorioso single de su último disco, "Adore", que hubiese aportado un interesante cambio de ritmo. Lástima.
Para ilustrar el siguiente concierto, una simple imagen: cuando abandonábamos el Heineken, los fans de Radiohead ya se apresuraban contracorriente a ocupar las primeras filas de un concierto programado hora y media más tarde. Y es que no fueron muchos los que vieron el concierto de los 5 de Oxford: la elección de unos visuales fragmentados en pequeños cuadrados hizo que a los menos madrugadores ni tan siquiera nos fuera posible verlos a través de las pantallas. El concierto se inició con los 5 primeros temas de su último disco y, por suerte, fue ganando volumen. La ejecución fue de tal fidelidad a las grabaciones de estudio, que -por momentos- se echó de menos el fallo, la ida de olla, el toque humano. Como curiosidad: en la introducción a “The National Anthem”, usaron fragmentos de la radio española (oír la expresión “y tal y pascual” en una canción de Radiohead no tiene precio). Cerraron con un “Creep” que debería entrar en el libro Guinness como el mayor coro de todos los tiempos. Oir a Radiohead en directo mola. Verlos debe ser la hostia.
A la que sí vimos – y bien cerca- fue a Holly Herndon. La americana, acompañada de dos compinches, usó la pantalla del escenario para interactuar con el público con humor y plasmar reivindicaciones políticas (guiño a Ada Colau incluido) y filosóficas en medio de una imaginería 3D. La manipulación vocal a dos bandas, el respaldo sónico y coreografía de sus acompañantes, la elección de temas más bailables y menos avant garde… todo fueron aciertos en un live que por momentos nos hizo recordar aquel aquelarre electrónico que fue el concierto de The Knife del 2013. Prueba fehaciente de que vanguardia, modernidad y experimentación pueden ser divertidas. Por cierto, nunca el escenario Pitchfork sonó tan bien.
Algo menos sobrados de originalidad andan Kiasmos. Hay detallitos (un sample de terrosidad exquisita aquí, unas notas de piano perdidas allá) y saben hacer crecer un tema añadiendo detalles dinámicos, pero cuando llega la hora de hacer bailar al personal no dudan de tirar de un 4x4 de bombo y platillo de 1° de dance. La coartada neoclásica es una máscara demasiado sutil para un concierto en un festival a las dos de la mañana, y Ólafur Arnalds y Janus Rasmussen lo saben. Necesitan mejorar en recursos y coreografía (¿realmente es necesario hacer aspavientos cada vez que se roza un botoncito?). Por lo demás, concierto disfrutable para ese público menos interesado en nuevas ideas y más pendiente de mover el culete con emoción… la inmensa mayoría.
De vergüenza fue lo de The Avalanches. Sesión DJ de escasa originalidad en la que un par de tipos pincharon sus mixes de estudio sin estrés, con tiempo para pegarse unos bailes o darse abrazos en plan “somos la puta hostia”. No queda claro si vimos a los Avalanches o a dos clones de DJ Coco haciendo el papelón. Vista su actuación y escuchado su último single, uno se pregunta si el 2016 realmente necesitaba su regreso. Borrón y día nuevo.
Último día que iniciamos con el estupendísimo karaoke de U.S. Girls en el diminuto y acogedor escenario Adidas; pistas pregrabadas, dos micrófonos y una actitud desafiante para repasar las canciones de su magnífico disco “Half Free”. En un par de canciones salió un guitarrista para hacer un punteo y volver a darse el piro, hecho que me hizo pensar qué hubiese pasado si a este le hubiesen seguido un bajista primero, un batería después y así, sucesivamente, acabando la actuación con una banda al completo. Y es que un karaoke, por mucha voz y actitud que le echen Meghan Remy y Amanda Crist, sigue siendo un karaoke, en Japón y en Barcelona.
Dos millones de escalones más tarde -los que separa la línea de mar del Adidas del escenario Primavera- llegamos al recién iniciado concierto del trío angelino Autolux. Destacar la inmensa labor de su baterista, Carla Azar, especialmente espectacular al final de “Soft Scene”. Los toques electrónicos de su tercer álbum proveen a su directo de un frescor renovado muy de agradecer. Por lo demás, indie, noise y pop de libro en un concierto que, por momentos, recordó poderosamente a unos siempre añorados Sonic Youth.
Llegamos a Mordor cuando Brian Wilson y su banda, tras tocar "Pet Sounds" al completo, inciaban la segunda parte de su concierto, la de los clásicos populares: “Good Vibrations”, “California Girls”, “Help Me, Rhonda”, “Surfin U.S.A.”, “Fun, Fun, Fun”. Sensaciones encontradas: la emoción de ver a un mito viviente y el buen rollo del público no fueron capaces de difuminar del todo la sensación de estar viendo una banda de versiones de los Beach Boys en un crucero para seniors.
Por su parte, Deerhunter cumplieron con las expectativas, beneficiándose de un sonido impecable y un estupendo setlist en el que brillaron especialmente “Agoraphobia”, “Desire Lines” y “Helicopter”. Brandon Cox aprovechó la ocasión para cubrir al Primavera Sound de alabanzas. También nos contó las ganas que tenía de ver el concierto de PJ Harvey (su último concierto había sido en el 95, la época de “To Bring You My Love”). Debió fliparlo bastante.
Redobles de tambor, metales, bombo… la banda marcha hacia el escenario presidida por una mujer vestida de luto. No es común ver puestas en escena tan solemnes, pero es que la temática lo requiere. PJ Harvey en 2016 es la escriba de la injusticia y de las clases desfavorecidas, la que nos muestra las miserias y el sufrimiento desperdigado por el planeta, la que nos cuenta qué aspecto tiene el fin del mundo. Atacando casi todos los temas de su último disco (solo se dejó "Near the Memorials to Vietnam and Lincoln"), recuperando 3 de “Let England Shake”, Polly Jean se ganó nuestra atención y reverencia sin necesidad de fuegos de artificio o excesivas concesiones a su pasado, apoyándose en una banda de músicos curtidos en mil y una batallas (John Parish, Mick Harvey), retrasmitiendo el apocalipsis en estricto blanco y negro. Concierto del PS2016, honestamente.
Penúltimo cartucho. Hagamos memoria: En el anterior concierto que ví de Sigur Ros, en 2013, sobre el escenario había un total de 10 músicos, trío de cuerda incluido. En el concierto del Primavera Sound solo hubo tres. Y eso se nota. No puedo decir que fuese un mal concierto, no lo fue. Los visuales fueron espectaculares: esa red láser, esas estructuras en profundidad. La música sonó tan extraterrestre como siempre. Pero faltaron matices y faltó potencia. Destacar ese nuevo tema, “Óveður”, con el que iniciaron un recital que hizo paradas en todas sus épocas. En algún momento fugaz del concierto me pareció ver un unicornio. Cosas del cansancio acumulado, supongo.
Y para acabar, Moderat, ese experimento electrónico que mezcla el gamberrismo y los graves imposibles de Modeselektor (Sebastian Szary, Gernot Bronsert) con la sensibilidad y la voz de Apparat (Sascha Ring). “A New Error”, “Rusty Nails”, remix del “Abandon Window” de Jon Hopkins y -como no podía ser de otra manera- un “Bad Kingdom” cuyo estribillo sonó más potente y contradictorio que nunca; porque eso era exactamente lo que todos los allí presentes queríamos, lo que teníamos en mente.