Un amigo tiene la gentileza de bajar a comprar 2 tickets para el concierto en el auditorio de Daniel Johnston y tarda algo más de 1 hora en volver: la cosa pinta a llenazo. El primer concierto del día es el de Kurt Vile, del que apenas he escuchado un par de temas de forma precipitada. La sorpresa es mayúscula. Me recuerdan a The Velvet Underground (esas guitarras y esa forma de cantar) y su actitud y autenticidad me ganan a los tres temas. ¿Qué es lo que hace que un grupo de rock/americana te fascine mientras otros 50 te dejan indiferente? Me oigo decir en voz alta: Si en vez de a las 6 lo programan a las 10, lo petan. Cuánta razón. Nota mental: darle una escucha atenta a “Wakin on a Pretty Daze”, su laureado último disco.
Dejamos el concierto poco antes de que acabe para dirigirnos al auditorio. Unos jóvenes, megáfono en mano, explican que la kilométrica cola de entrada es únicamente para los que tienen ticket. A eso de las 19:50 logramos finalmente entrar. El concierto ya ha empezado: Llenazo hasta la bandera (gente de pie incluida). Confieso que estoy aquí únicamente por la impresión que en su día me causó el documental The Devil & Daniel Johnston. Siento interés por su música únicamente como consecuencia de la persona y su vida. A decir verdad, todo esto tiene un algo de voyerismo emocional que me incomoda. Suenan los pocos temas que conozco, Devil Town, Walking the Cow, Speeding Motorcycle, Fish, Casper y la preciosa True Love Will Find You in the End. La banda de acompañamiento son los valencianos Betunizer, que hacen un fantástico trabajo amoldándose a los vaivenes rítmicos de Johnston. Para el anecdotario... Daniel se gira para preguntar a la banda por qué no comienzan a tocar la siguiente canción: Whats up, guys? Le responden al unísono: This one is a capella. Genio y figura.
Salimos del auditorio y, tras echar un vistazo a los nubarrones, decido acercarme al apartamento a coger el chubasquero, ahora que ningún concierto exige mi presencia. Más tarde, los compañeros de grupo describirán entusiasmados sendos conciertos de Django Django y Daughn Gibson como "la gran fiesta de rock bailable y las percusiones caribeñas" y "un derroche de intensidad, actitud y credibilidad a raudales". Sacrifiqué dichas bondades por una dilatada sentada en trono, una cocacola y un estupendo porro de marihuana: je ne regrette rien, que cantaba la Piaf.
Llego al Escenario Primavera con el tiempo justo para encontrarme con algunos amiguetes y tratar de avanzar algunas posiciones para ver a The Breeders. Las hermanas Deal reproducen sonrientes su maravilloso "Last Splash" de manera impecable. Se las ve felices de principio a fin, trasmiten buen rollo a raudales y demuestran tener muy bien ensayada su mejor colección de canciones. Acaba Drivin' on 9 y dicen aquello de that’s it!, pero nos regalan un par de temas de la reciente reedición XXL del disco, versión de Happiness Is a Warm Gun incluída. A propósito, este es el primer concierto del festival en el que tengo que morderme la lengua para no pedirle a los vecinos que cierren la puta boca... es lo que pasa cuando te quedas atrás.
Toca peregrinaje hasta el otro extremo del festival para sacarme una espinita que tengo clavada desde que me compré aquella raída copia de segunda mano del "Psychocandy" a principios de los 90. Me consta que ver a The Jesus and Mary Chain entonces y verlos ahora son experiencias diferentes, pero quiero pensar que igualmente disfrutables. El concierto es un recorrido por algunas de las cumbres de su discografía: Head On, Teenage Lust, Sidewalking, Some Candy Talking, Happy When it Rains, Reverence, Never Understand o un Just Like Honey glorioso en el que sale una invitada a repetir 17 veces el título de la canción; solo más tarde me enteraría de que aquella ovación iba destinada a Bilinda Butcher, de My Bloody Valentine. Disfruto del concierto enormemente.
Cambio de tercio y nuevo peregrinaje –último del día... ¿alguién ahí fuera probó los minis?- al Primavera para ver a James Blake. Escuchado su último disco y dada la programación nocturna, se antoja algo muy especial. Y lo es. Siempre he tenido el secreto temor de que lo de James Blake derivase hacia temas soul empalagosos orientados a las listas de éxitos. El concierto demuestra que Blake no reniega de su pasado y que, además de haberse encontrado como el fantástico cantante que es, sigue siendo un relojero suizo en eso de administrar los graves, los silencios, los ritmos y los samples... dubstep, lo llaman. Baladas y baile casi a partes iguales, cerrada ovación.
Sí, yo soy de los que renunció al concierto de Blur por ver a Swans. ¿Por qué? Se estarán preguntando. Pues mayormente por comodidad. Tener la opción de experimentar la tormenta perfecta de los cisnes negros de Michael Gira en un escenario como el Rayban (circo romano, ceremonia vikinga) y sin más saturaciones que las sónicas, me pareció un plan perfecto. En cualquier caso, mejor que ver a Blur en una pantalla. Y qué decir del directo de los Swans que no se haya dicho ya. Bofetada sónica y espiritual, expresión certera a través de la música de la rabia y el dolor. Música oscura como una noche sin estrellas.
Penúltimo concierto del día: The Knife. Les conozco desde que salió el vídeo musical de Full of Fire, hace tan solo unos meses y su "Shaking the Habitual" me parece un derroche de creatividad (sí, incluido el tema ambient de 20 minutos... prueben a usarlo para lecturas de ciencia ficción). Los hermanos Dreijer juegan al despiste: durante los primeros minutos trato de distinguir quién es quién, quién toca qué, de dónde viene tal sonido. Enseguida me doy cuenta de que es una misión imposible. Por si no me había quedado claro, al cabo de dos o tres temas todo atisbo de músico desaparece de escena, que es ocupada por un grupo de bailarines que despliegan una divertida y desenfrenada coreografía. ¿Me pareció oir un tongo! aquí? ¿Un menudo playback! allá? Hace playback el que pretende estar cantando sin cantar. Aquí solo se pretende una cosa: acabar con todos los presupuestos existentes sobre lo que debe de ser un concierto... agitando lo habitual. ¡Aquelarre! ¡Viernes de brujas electro! Ni que decir tiene, me lo paso en grande.
Despedimos el día con un señor conciertaco de Dan “Daphni” Snaith, que se marca una impepinable sesión de baile que tan pronto recupera los samples tribales que el día antes le escuchamos a Four Tet como se da un paseo por el achilifunk de los 70, el uk garage, lo que parece la sintonía de Vacaciones en el Mar, Joy Orbison, el house o lo que se le ponga delante. Un gusto exquisito para elegir temas que modifica manipulando filtros constantemente y con un único fin: hacernos bailar hasta el amanecer. Inmejorable cierre para un día de festival sencillamente perfecto. Así sí.