Actress ha conseguido algo que en estos tiempos resulta francamente difícil: construirse un mundo. No ya sólo una burbuja de aislamiento en la que funcionar al margen de su entorno sin ser molestado, sino modelar alrededor de ese espacio una estética particular, una estirpe y hasta una mitología. Es más o menos fácil señalar de dónde viene el sonido de Actress –hay una parte de intelligent techno inglés de la mejor época Black Dog Productions / AFX, y luego está todo el substrato reciente de las mutaciones bass–, pero lo más fascinante es seguir hasta dónde llega el rastro de su influencia. Darren J. Cunningham no es de los que siguen corrientes, sino de los que señalan el camino para que los demás le sigan.
Con su primer álbum, “Hazyville” (Werk Discs, 2009), se intuían algunos movimientos de futuro. Todo ahí era brumoso –como sugería el título–, deshilachado, como un deep house empapado de lejía y lavado a la piedra, e incluso se alejaba de su huella más dubstep, la de los primeros maxis, para entrar en territorio desconocido, y con la edición de su segundo largo, “Splazsh” (Honest Jon’s, 2010), Actress había conseguido completar esa metamorfosis, pasar de larva a mariposa, y mostrar cuáles eran las posibilidades abiertas para el techno desde entonces y hasta ahora. Nadie más que él, a excepción de Burial en los últimos años, ha desarrollado un discurso tan influyente y propio.
A partir de “Splazsh” aparecieron los tremendos maxis de T++ y Andy Stott en Honest Jon’s y Modern Love, respectivamente, señalados por esa abstracción tan rigurosa, por esa levedad atmosférica y una cierta poesía futurista; música lenta, suspendida en el vacío, curvada y desconectada de los ritmos y patrones habituales. Con Actress el techno se olvidaba de la pista de baile, pero se reencontraba con un proyecto de futuro que ya parecía perdido.
En 2012 publica “R.I.P.”, que se eleva como un trabajo difícil de atacar por ningún flanco: es coherente, sin fisuras, sin bajadas de intensidad, feliz y cómodo en su propio mundo sonoro. Si “Splazsh” se distinguía por una serie de rasgos estéticos férreos –piezas que parecían esbozos más que tracks, disolución del bombo, maximización de una atmósfera entre onírica y drogada, destellos de old school en las fases más galácticas y detroitianas, pero también un degradado del color, la textura e incluso la forma–, su continuación propone algo muy parecido. Es un álbum básicamente abocetado, donde muchas de las piezas pasan a duras penas del minuto o los dos minutos, y que en caso de que se alarguen más –ocasionalmente hasta los seis– es en detrimento de una narrativa musical basada en los recursos normales de cambios de ritmo, entrada y salida de los elementos –cajas, bombos, sintes–, y que fundamentalmente se fortifica en un tipo de sonido-nube que apenas cambia y que gira y se refleja en sí mismo.
En "R.I.P." no hay una base rígida y dominante que articule el viaje, sino que todo queda en manos de la gravedad –mejor dicho, en la ausencia de la misma–. Su sonido hace levitar, y sobre todo dejar volar la imaginación, pero no como si fuera la banda sonora de una película sobre otros mundos, sino como si fuera un sueño lúcido de ciudades maravillosas como las que aparecen en la literatura de Italo Calvino o Lord Dunsany –sin que el factor espacial o sci-fi sea necesariamente vital–. Mientras otra música es comprensible en formas y colores, Actress consigue que su techno se organice a partir de volúmenes no-euclidianos, de formas curvas e imposibles. Si a Aphex Twin le llamaron el Mozart del ambient por prolífico y precoz, a Actress le podríamos llamar el Picasso del techno: sus dibujos se reconocen, pero sus líneas y sus volúmenes desafían, con su anti-naturalidad, las expectativas del oído.