Biografía

A Josh T. Pearson lo conocimos a principios de la década pasada como cabeza parlante de los efímeros y extravagantes Lift To Experience, algo así como una revisión vaquera y galáctica de The Velvet Underground, y lo reencontramos ahora, más de una década después, buscando la reválida con un estreno en solitario en el que se presenta como un trovador atormentado y de melancolía oceánica. Él, viene a decirnos, es ese “Last Of The Country Gentlemen” que se retuerce dolorosamente entre unas canciones espinadas y dolientes que se adentran en lo más crudo del folk de la mano de un Hank Williams hasta las cejas de narcóticos para dar forma al que probablemente sea uno de los discos más tristes de la temporada.

Esto hace daño. Escuece. Te refriega por la cara las heridas y el pus. El dolor y la oscuridad. Diez años en el limbo y ahora esto. Sin compasión. Parece que Josh T. Pearson no sabe hacer las cosas de otra manera. Siempre en carne viva, a quemarropa. Cabrón. Saboreó las mieles del (relativo) éxito con “The Texas-Jerusalem Crossroads” (2001), el disco doble que firmó como Lift To Experience y que con el paso del tiempo ha ido aumentando su estatus de pieza de culto, y dio portazo a todas las expectativas. La celebridad no es para mí: mata. Gracias y adiós.

El texano echó las cortinas de la retirada y desde entonces las noticias iban cayendo con cuentagotas: actuaciones en bares de mala muerte, alcohol, nomadismo y puntuales declaraciones de admiradores diversos que remitían al embrujo eléctrico de ese único álbum. Dirty Three compartieron un split single con él: Pearson se ponía en la piel del Hank Williams de “I’m So Lonesome I Could Cry”. Natasha Khan logró convencerlo para que participara en un par de cortes de “Fur And Gold” (2006), el debut de Bat For Lashes. Algo se mueve. Sigue tocando con regularidad e incluso vende algún que otro CD-R de sus actuaciones. Se sabe que Pearson vive en Berlín, luego en París. Graba con el pianista Dustin O’Halloran.

Y Mute anuncia este “Last Of The Country Gentlemen” (2011), un disco que es, según confiesa el interesado, “el remate de un año terrible”. Un disco que hace que Leonard Cohen parezca John Belushi. Un disco que es como inocularse un veneno lento. Ascético y nocturno. Directo. Con las cicatrices sin cerrar. Con una atmósfera de confesión y derrota que pone los pelos de punta. Un divorce album que no busca las palabras bonitas, la metáfora hermosa: habla con una franqueza casi impúdica sobre adicciones, infidelidades, los espinosos caminos del amor y la búsqueda de la redención.

Pearson se ha arrancado estas canciones de las tripas para exorcizar los demonios de un matrimonio tocado y hundido. Es su terapia, y la comparte para que podamos padecer –y disfrutar– con las desgracias ajenas, con su desgracia. ¿Pornografía emocional? No es el caso si este ejercicio de exposición personal se convierte en arte gracias a su capacidad para sobrepasar la exclusividad del territorio íntimo y llevar sus tentáculos a las casillas existenciales que no caducan. Habla del amor y la muerte, de la imposibilidad de amar y de la omnipresencia de Dios (o de algo parecido).

Una voz y una guitarra acústica. Casi nada más. El casi se traduce en puntuales, magistrales, trazos de violín (anda por ahí Warren Ellis). Grabado en un par de días en un estudio berlinés, con los mínimos retoques y con canciones largas, larguísimas, que reptan y susurran, levantan la voz y se entierran en tajos de silencio. ¿Existe un territorio donde se cruzan el Jeff Buckley más lírico y el Bruce Springsteen más espartano? Existe: es “Last Of The Country Gentlemen” y sus siete canciones-pellizco.

Autor: https://fanmusicfest.com/Rockdelux
Fuente: Rockdelux

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