A Chris Owens se le nota a distancia que ha tenido una vida espinosa. Ese rostro curvo de difícil gesto, su lacia melena y la mirada perdida reflejan de algún modo que no le ha sido fácil llegar hasta aquí. Digna de una película, su biografía comprende desde escapadas de la secta Children of God cuando era niño (Jeremy Spencer de Fleetwood Mac le regalo allí su primera guitarra) hasta el amparo de almas caritativas que lo recogieron cuando tocaba en la calle y confesas adicciones a las pastillas. Todo empezó a ir mejor cuando llegó a San Francisco y transformó Curls, la banda que tenía junto a su entonces compañera sentimental Liza Thorn, en Girls. Aliado desde entonces con Chet White, todo comenzó a tomar forma hasta el punto de que no era difícil predecir su éxito inminente. Se veía venir: gente luciendo camisetas del grupo desde hace tiempo, un cacareado hype bloguero, un temazo de presentación que resultaba imposible sacarse de la cabeza y, finalmente, la confianza ciega depositada en ellos por True Panther Sounds, filial de Matador. Las cartas estaban echadas y, con la materia prima de alguien que se define a sí mismo como “confuso, frustrado, maníaco, deprimido, con un agujero por cabeza y tan oscuro como tu alma”, estaba claro que daría para mucho. Así es.
Sus composiciones dotan al indie de una profundidad y una frescura asombrosas. Llamado a destrozar corazones allá por donde pase, no inventa nada nuevo pero despide una sagacidad y un talento cercanos al concepto y resultados de bandas emblema como Pavement, The Pastels o Big Star; grupos sobresalientes que lo ponían todo en su sitio sin artificios, haciendo uso únicamente de su deslumbrante genio y cuyo encanto todavía hoy resultará difícil de explicar con palabras. Girls pertenecen a esa estirpe. A fuerza de hacer saltar las chispas adecuadas, consiguen que cada canción brille por sí sola, engarzando en todas ellas detalles instintivos que las vuelvan adictivas, calientes, espumosas y sinceras a rabiar. Versátil pero equilibrado, salpicado de flores marchitas y sonrisas torcidas, el trabajo de Girls se degusta esperando que algo se tuerza en cada esquina. Pero el descalabro no sucede. Como colección de canciones nunca baja la guardia. No hay vuelta de hoja, está exento de trucos y lucha desde los márgenes por resultar juvenil y orgulloso de todas sus resacas. La estética de sus videoclips (ojo a la película de “Hellhole Ratrace”) refleja en conmovedoras imágenes ese poso de inocencia interrumpida, borroso como una polaroid ligeramente movida, descosido como el ojo de un peluche abandonado.
Analicemos un poco más a fondo la lozanía de su sonido. ¿De dónde viene? Básicamente, y valiéndonos de una triada ilustrativa, diremos que del encontronazo entre los tres gafapastas más reconocidos del rock’n’roll. En Girls conviven el espíritu de un Buddy Holly adán, el brío saltarín de Elvis Costello y, sobre todo, el vigor de las baladas de Jarvis Cocker. El glamour alicaído de Pulp aparece en varios pasajes, donde Owens calca la voz y las acrobacias vocales del autor de “This Is Hardcore”.
A pesar de todo el desamparo y la aflicción que transpiran, en el interior de las canciones de Girls brilla algo risueño que nos hace ser optimistas. Su honestidad duele pero también se baila sin reparos, y su desazón se compensa con unas innatas ganas de vivir. Queda claro que no hay nada de qué preocuparse. En su momento, Owens estuvo en la cuerda floja, pero hoy tiene unas canciones que son su casa, su abrigo, su familia.
En 2012 se anuncia la disolución del grupo, coincidiendo en el tiempo con el inicio de la carrera en solitario de Christopher Owens.