No parece de más de 37, pero Stephen Malkmus es el gran anciano del rock independiente. Con Pavement, en los 90, le inyectó al ruido clandestino una dosis de romance y estilo, poniendo la mesa del banquete para Vampire Weekend y Arcade Fire. Stephen Malkmus ha demostrado con sus álbumes en solitario (o con su banda The Jicks) que sigue siendo capaz de hacer canciones notables repartidas en álbumes también notables, adoleciendo de parecidos defectos que los últimos discos de su icónica banda Pavement; en ellos también es frecuente cierta dispersión y tendencia a la falta de mesura en los desvaríos instrumentales.
Cuando estaba con Pavement, Stephen Malkmus firmó canciones con títulos como Niña de verano (versión de invierno), En la boca un desierto, Las cicatrices de Loretta y hasta una rareza titulada (ojo con la mala leche) Neil Hagerty y Jon Spencer se encuentran en un bar que no despacha alcohol. En su etapa como Stephen Malkmus & the Jicks, esa irreverencia surrealista parece haberse ido suavizando, pero en realidad lo que ha hecho es madurar. Sus temas vienen provistos de esas inconfundibles dotes para darle al rock un giro dadaísta, tanto en lo musical como en lo literario, imprimiendo a las canciones su inconfundible marca.
Sus discos son un puñado de canciones que interpretan a su manera el rock, tanto en su acepción más tradicional como en la más subversiva. De hecho Malkmus se convierte en un maestro manipulador de estilos, los cuales descodifica y altera a su gusto. No ha perdido el gusto por el pop dislocado de los días con Pavement, pero también es capaz de cultivar el country y el blues desde la perspectiva de un tipo que ni hace country ni hace blues. Recientemente, una revista inglesa lo llamaba “el David Foster Wallace del indie americano”. A pesar de los peligros que entraña usar semejante etiqueta, es muy probable que sea una de las más acertadas maneras de sintetizar la complicada belleza que genera su talento.