Si tuviéramos que hacer asociaciones rápidas de conceptos, José Mourinho sería Lord Voldemort (o Gargamel), Ibiza un gramo de MDMA y el dusbtep una radiografía de los intestinos de Londres revelada en un sótano lleno de porros. Es éste un género dado a corporeizar en sus partituras la diástole contaminante de la gran ciudad, un sonido suburbial que se ha visto dominado por la contundencia de los graves y su futurismo de callejón oscuro. Quizás por eso, en las ensaladas de tópicos siempre va bien encontrar algún ingrediente disonante que le dé una nueva dimensión a la receta. Hyetal lo ha hecho, ha hundido su laptop en la arcilla post-dubstep más cósmica, dándole a esta música una profundidad emocional de Kleenex, bote de helado y colirio. El experimento es tremendo.
Gracias a David Corney, Bristol vuelve a escribirse con B de bass. Pero la caligrafía es distinta. Hay bass y en grandes cantidades, claro, aunque flota en una nebulosa de dubstep lacrimógeno cuya prioridad es generar estados de ánimo, no satisfacer exclusivamente las apetencias del cerebro reptiliano clubber. Su sonido tiene un inconfundible toque de electrónica synth de los 80 y de giallo camuflado. Las baterías a lo Depeche Mode primigenios y los sintetizadores vangelianos copan protagonismo en las mejores piezas: viajes por el tiempo de ida y vuelta, en loop eterno, remodelando el pasado para cambiar el futuro, es decir, nuestro presente.
Tras publicar una serie de EPs muy recomendables en sellos como Punch Drunk, Orca o Soul Motive, el debut en larga duración de Hyetal ("Broadcast", 2011) suena distinto, se esconde en el reino de los quarks y los electrones, una tierra todavía prohibida incluso para los eternautas más intrépidos. Las leyes de la física no tienen razón de ser en el mundo del genio bristoliano, un lugar hecho de emoción pura donde las moscas vuelan bajo y las farolas parpadean perezosamente.