Los audaces, los torturados, los que consiguieron escapar, los temerarios, los poseedores de una ambición tan individual que es incomprensible para el resto, los desahuciados y los apasionados saludan a su nueva musa. Ella llega cargada de sangre y fuego eléctrico, mujer volcán que erupciona en solitario tras prolongar en el dúo angelino Gowns su difícil relación con un tal Ezra Buchla. Tal vez debiera haber usado aquí una de esas ingeniosas fórmulas para designar el género neutro para referirme a su heterogéneo público cautivo, pero no creo que Erika M. Anderson repare en la corrección política ni la sutileza.
Deslenguada, brutalmente honesta hasta rozar el gore emocional, para su debut en solitario ("Past Life Martyred Saints") la de Dakota del Sur entrega un complicado pero adictivo trabajo que bascula entre un estudiado descuido de la demo lo-fi –PJ Harvey y sus “4-Track Demos” (1993) y las letanías de Evangelista en el recuerdo– y la superproducción compleja de capas, un wall of sound rasposo y chic compuesto por órganos de liturgia catártica, guitarras mal afinadas y una voz angustiada pero serena de un atractivo malditista.
Pero más allá de la asfixiante atmósfera que crea y de las crudas sentencias que dejan cicatriz (“Marked” o “Butterfly Knife”), lo que asombra de EMA es su capacidad para extraer de un aparente caos estructural un trabajo sólido que no baja el nivel de energía y belleza de principio (el tour de force de “Grey Ship”) a fin (la luz de esperanza de “Red Star”) para hacernos disfrutar de pleno de una exquisita sesión de sadomasoquismo