La primera edición del Paraíso Festival contaba a priori con dos importantes factores para ser un éxito: su impresionante cartel, en el que reunía a varios de los popes de la electrónica más fina, y un equipo organizativo experimentado con José Morán (uno de los creadores del FIB) al frente.

La cosa comenzó con un ligero contratiempo, ya que un inoportuno chaparrón encharcó algunas zonas del recinto, el complejo deportivo Cantarranas de la Universidad Complutense (el mismo del DCode), provocando que hubiese que esperar dos horas a que los bomberos diesen el visto bueno. La falta de información al respecto causó cierto malestar entre los cientos de personas que esperaban la apertura. Afortunadamente el tema no fue a mayores y se solventó de forma bastante satisfactoria esparciendo paja en las zonas más húmedas y reajustando los horarios ligeramente.


La verdad es que el espacio es perfecto para celebrar un evento de estas características y estaba bien aprovechado en general. Para futuras ediciones habría que mejorar la distribución de los escenarios puesto que en algún momento se colaba el sonido de uno a otro.

A mejorar también el acceso a los puntos de cacheo colocando vallas para formar pasillos y que no haya aglomeraciones. Ya que hablamos de aglomeraciones es de justicia resaltar que tanto las barras (con camareros muy amables, por cierto) como los baños funcionaron a buen ritmo, debido en parte a que no se completó el aforo máximo previsto de 15000 personas diarias (18500 entre los dos días según informó la organización, cifra que los que estuvimos allí podríamos definir como un pelín generosa).

El susodicho retraso hizo que pudiésemos explorar el complejo con tranquilidad (muy bien decorado con motivos florales y con unas agradables zonas de descanso que la humedad impidió disfrutar apropiadamente), cargar las pulseras con las que pagar comida y bebida (de precios aceptables para lo que suelen ser este tipo de eventos) y echar un vistazo a algunos de los artistas de primera hora como Danny Harle en el escenario Club, el mediano, el cual no nos convenció en absoluto con un set rechinante y muy cercano al EDM. Mientras esperábamos el inicio de HVOB en el escenario principal vimos parte de la actuación de Rodríguez Jr. & Liset Alea. Su directo se vio perjudicado por un problema recurrente en ese escenario: el sonido manifiestamente mejorable. Se despidieron tras presentar un tema nuevo y dando paso a unos de los triunfadores de la primera jornada: HVOB.

Los austriacos fueron la perfecta definición de elegancia electrónica sin olvidar la creatividad. A medio camino entre el electropop (cortesía de la voz de Anna Müller) y el deep/ethereal techno, ofrecieron un show muy bailable en el que temas como el fantástico "Azrael" sonaron si no perfectos, al menos por encima de la media del escenario Paraíso. Mereció la pena perderse el dj set de Apparat.
Tras una actuación de las que amortizan el precio del abono y te deja en las nubes llegó el tremendo bajón de descubrir que los amigos de lo ajeno se habían pasado por el bolsillo de mi chaqueta. Aquí hago un pequeño inciso para reseñar la increíble cantidad de teléfonos que robaron en el festival, cosa que viene siendo recurrente en estos eventos multitudinarios. Quizá habría que plantearse si no es más útil registrar las mochilas al salir que al entrar...
Este contratiempo hizo que no pudiésemos apreciar a Gus Gus como merecían. Sí nos percatamos de que sonaron peor que HVOB debido a los bajos saturados y que faltaba el componente onírico habitual en su música.
Y como no hay mal que cien años dure, el entuerto se resolvió parcialmente justo antes de comenzar Kiasmos. Por suerte, porque lo que vimos esa noche es difícilmente descriptible con palabras. Olafur Arnalds y Janus Rasmussen hicieron lo que quisieron con nosotros. Nos subieron, nos bajaron, nos dejaron en éxtasis y nos volvieron a subir. Técnicamente perfectos y físicamente más animados de lo esperado, demostraron que se puede hacer electrónica altamente bailable sin recurrir a bombos abusivos. Chapeau.
Nos quedamos en el escenario grande a ver que nos ofrecían Hot Chip con su nuevo formato Megamix. El año pasado nos había dejado un poco fríos en Oporto. Pues esta vez quedamos congelados ante el sinsentido que propusieron. Ni era directo ni dj set ni la música que sonaba era apetecible. Y como una retirada a tiempo es una victoria, nos fuimos a guardar fuerzas para la segunda jornada.

Por diversas vicisitudes no llegamos a ver a Henry Sáiz ni a Cumhur Jay. Una lástima pues sus respectivos últimos discos merecen mucho la pena. Sí llegamos al principal objetivo del día: Sam Shepherd aka Floating Points. Al poco de empezar aquello ya sonaba como un cañón, un cañón cargado de clase y maestría. De ahí a un momento housero mediante una transición modélica. Sin darnos cuenta nos llevó a una deriva más experimental con el mejor despliegue creativo del festival, basado en ruidismo, interferencias y frecuencias bajísimas. Magistral y arriesgado para un festival relativamente multitudinario. Apenas dábamos crédito a lo que estábamos viendo mientras Shepherd se desmelenaba progresivamente para acabar con una exhibición de techno sin tregua. A este tipo le sobra el talento. Mención especial para unos visuales sencillos pero que acompañaron milimétricamente la actuación.

Tuvimos ocasión de escuchar a Lovebirds en el mismo escenario mientras comprábamos la cena y nos parecieron bastante vulgares, además de sonar fatal. Nos esperaba Róisín Murphy en el escenario Paraíso, y allá fuimos. La ex-Moloko estuvo respaldada por una banda que no aportó la energía necesaria -no sabemos si a petición de la front woman-. Esto unido a un setlist irregular hizo que la diva Murphy únicamente complaciese a los muy fans. Ni la versión final de "Sing it back" convenció demasiado.

Tenía bastantes ganas de ver el directo de Damian Lazarus, pero suele pasar a menudo que las altas expectativas se ven defraudadas. El londinense ejerció desde una especie de altar ataviado con un atuendo apropiado para pintar paisajes en la Toscana. De nuevo problemas con los graves y la voz del cantante que le acompañaba bastante diluida. En un principio, parecía que al menos se iba a poder bailar con cierto entusiasmo, pero la actuación fue a menos quedando la cosa en un meneo desganado. Sorprendentemente acabó 20 minutos antes de lo programado (¿algún problema técnico quizá?).

Nos trasladamos entonces al bonito espacio del escenario Manifesto, que consistía en una carpa entre árboles con iluminación cálida y acogedora. Allí estaba Hunee con una sesión que cuando llegamos no sonaba como otras del festival, con un rollo alemán muy atractivo. Casi sin solución de continuidad, derivó a un disco house muy apreciado por los presentes pero que a nosotros nos interesó bastante menos, por lo que fuimos a ver qué ofrecía Guy Gerber, que fue bien poco. Sesión previsible y sin sorpresas para algo de bailoteo fácil y poco más.

Así acabó para nosotros la primera edición del Paraíso Festival, con muy buen sabor de boca en cuanto a organización y en cuanto a planteamiento, puesto que no es habitual ver tal cantidad de directos en festivales de electrónica. Ojalá se mantengan en un futuro. En cuanto al tema artístico, a pesar de ciertas decepciones, las actuaciones de HVOB, Kiasmos y Floating Points, fueron de las que perduran en el recuerdo y como ya mencionamos, amortizaron de sobra el abono. En resumen, festival muy recomendable y para repetir a poco que el cartel acompañe.

Texto: Bea Pazos y Enkilking
Fotos: Bea Pazos

26/06/2018
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