Biografía

Com Truise tiene que ser un tipo con mucho sentido del humor. Seth Haley, neoyorquino pero con base de operaciones en Princeton, Nueva Jersey, adoptó muchas otras personalidades antes de llegar a este juego de palabras con el que parece que se siente más cómodo que con las anteriores. Su pasión por los sintetizadores ochenteros le ha llevado a construir un estilo que él denomina, en una prueba más de su carácter jocoso, “mid-fi synth-wave, slow-motion funk”. Ha conseguido destacar entre miles de proyectos electrónicos gracias a una música que podríamos calificar como funk cargado de sintes que se desplaza a bajas revoluciones.

Cuando la nostalgia te arrastra hacia un pasado que no te pertenece, se convierte en la obsesión por poseer lo que jamás llegaste a vivir. La frase no es mía, pero viene que ni pintada para entender la fijación que muchos productores de hoy tienen por el sonido y la estética que arrasaron en el cine, los armarios y las listas de éxitos de hace treinta años como una oleada de plástico, lycra, pantallas iluminadas y ostentación kitsch. A Seth Haley, el veinteañero culpable de esa gamberrada genial que es su alias Com Truise, le fascinan la electrónica analógica y el acabado satinado de las bandas sonoras de Vangelis o John Carpenter, pero, a diferencia de lo que ocurre con muchos de sus compañeros de generación, lo que más le importa es el ritmo, que sus temas no pierdan aire.

Su música es pegajosa y provocadora, pero sobre todo muy estimulante, hecha de sintetizadores viejos, remozados con software, y pensado por alguien que ha reconocido que Boards Of Canada cambiaron su forma de entender el sonido: su legado se palpa en el gancho melódico de los temas, en los saltos y las caídas de los graves y los ritmos, en el aliento de un pulso constante, pero ahí donde los escoceses sonaban caleidoscópicos y alucinantes, Haley se ha autoimpuesto una frialdad y una concreción que alejan a Com Truise de la estela de Boards Of Canada. Su estética y su ánimo son otros.

Si a Laurel Halo o Ford & Lopatin los obsesiona sintonizar emocionalmente con el pasado, encomendándose a una escrupulosa caligrafía del sonido de los ochenta que devuelva a la vida a aquellos años, Haley toma esa paleta de formas y la combina con la cadencia del hip hop, todo lo que suene lejanamente italo o el funk para imaginar la banda sonora de los sueños futuristas del pasado: hay chicas que se desnudan al otro lado de la pantalla y te acarician con electrodos, naves que viajan a la conquista del espacio y colonias con jardines acristalados en los desiertos de planetas inhóspitos.

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