Y llegó el sábado, tercer y último día del festival. La jornada comenzó con una de las hamburguesas del restaurante Deluxe, la más pequeña de la carta. Pequeña a la manera de Bilbao, claro. Un palmo de diámetro y otro medio de grosor, dos burguers para tres personas y sobró comida. Si se preguntan cómo es la grande, yo se lo digo: cuatro kilos de carne. Lo normal en Bilbo.....
Tras reposar la pantagruélica comida, emprendimos nuestra conocida peregrinación hasta Kobetamendi una vez más. A ver si esta vez lográbamos llegar a nuestro primer objetivo: el concierto de The Hives. Milagrosamente, allí estábamos cuando empezaron a sonar los acordes de “Come on!”, con los miembros de la banda ataviados cual mariachis, exceptuando el sombrero. Si algo tiene esta banda es energía a raudales, que derrochan mientras suenan “Main offender”, “Die, all right!”, “Hate to say I told you so” o “Go right ahead”, primer single de su último disco. Entre tema y tema, el cantante, Pelle Almqvist, nos dedicó unos esforzados discursos en un español voluntarioso y algo macarrónico, cosa que se agradece y motiva a un público bastante animado a pesar de lo temprano de la hora, ocho de la tarde. Hicimos un inpass en la actuación para acercarnos un ratito a The Bots, dos hermanos de 14 y 18 años dedicados al rock crudo de guitarra y batería a los que les tenía ganas desde hace tiempo. Con la frescura y la espontaneidad propias de su edad, nos ofrecieron un pequeño pero potente recorrido por las canciones de sus tres álbumes. Dan la impresión de estar tocando como si estuviesen en el garaje de su casa, haciendo exactamente lo que quieren sin cortarse un pelo, cosa que los espectadores agradecimos. Tanto, que esperamos a que acabasen para volver al escenario principal con The Hives.
Como no teníamos muy claro qué ver después, nos pasamos por el concierto de Fermín Muguruza y su nuevo proyecto, Kontrakantxa. El ex-Kortatu y ex- Negu Gorriak sigue con su rollo euskotropical de reivindicación, reggae, ska, rock, y, por supuesto, en euskera. Yo no soy muy fan, pero reconozco que no lo hacen nada mal. Sí me hizo ilusión que cerrasen la actuación con la mítica “Sarri sarri” de Kortatu, que logró que casi todos bailásemos desbocados.
Dado que los siguientes eran Vampire Weekend y no nos interesaban demasiado, pues recorrido por el mercadillo, dónde me agencié unas ricas galletas que prácticamente cumplieron como cena. Un poco de charla con los amigos sirvió para amenizar el rato mientras los del fin de semana vampírico nos aburrían en sus dos vertientes, la popera y la pseudoafricana.
Tras dos horas soporíferas, aterrizamos por casualidad en una pequeña carpa patrocinada por una compañía de telecomunicaciones. No sé si por la necesidad de animación o por la cerveza, pero vivimos un par de momentazos mientras sonaban “Brimful of asha” y “A message to you, Rudy” que nos cargaron las pilas de golpe y nos dejaron en la mejor disposición posible para disfrutar de Twin Shadow. La coincidencia horaria con Green Day hizo que estuviésemos los justos para que la cosa fuese divertida y sin agobios. Si tuviese que describir el concierto con dos palabras, diría “ochentero” y “talento”. Desde el atuendo de T.S. a la batería electrónica pasando por las canciones, todo me recordó a los ochenta. Ojo, que no lo digo en sentido peyorativo. Este hombre ha recogido lo mejor de la música de esa época y lo ha puesto en el siglo XXI tras pasarlo por un filtro de indudable calidad. Añadiendo a esto su evidente carisma (hasta le tiraron ropa interior) y ese aire de canalla simpático (dijo que los feos del festival estaban con Green Day y los guapos con él) obtenemos un artistazo que nos hizo disfrutar como los indios, especialmente con la versión del “Panama” de Van Halen que se marcó en el solicitado y concedido bis.
Puesto que Green Day nunca han sido santo de mi devoción, nos fuimos hasta el puesto de una famosa marca de skate a disfrutar de la divertidísima fiesta a ritmo de house que tenían montada (y de paso, conseguimos alguno de los objetos de merchandising que arrojaban sin cesar). A lo tonto, a lo tonto, estuvimos allí casi una hora y media, hasta que comenzó la decepción de la jornada, Fatboy Slim. La peor elección que pudimos hacer fue quedarnos a ver al antiguo miembro de The Housemartins en lugar de We Are Standard, todavía me arrepiento. Ofreció un espectáculo cutre, obsoleto y reiterativo, que hace quince años pudo tener gracia, en el año 2013 no tiene ninguna. Por si fuera poco, parece que el señor Cook también se ha apuntado a la moda de levantar los brazos y abandonar los platos al más puro estilo David Guetta, cosa que no contribuye precisamente a que mejore mi opinión sobre él.
Un broche lamentable a un festival irregular, con un criterio musical que todavía no he conseguido identificar, pero que sin duda consigue lo que pretenden sus organizadores: vender una ingente cantidad de entradas a un público sediento (de líquido y de fiesta). Buenos momentos hay, qué duda cabe, es lo que tiene disponer de un talonario bien cargado a la hora de confeccionar el cartel. Esto permite traer artistas de gran nivel (artístico y/o comercial), con lo que raro será que no haya unas cuantas actuaciones disfrutables. Por mi parte, a pesar de las deficiencias organizativas y de un ambiente que no es exactamente el mío, si puedo disfrutar de bandas de la talla de Twin Shadow, Depeche Mode o Standstill, además de descubrir otras como Klaxons, volveré.