Corría el año 2005, el post-rock instrumental vivía quizá su mejor época, y desde Canterbury salió esta banda que, si bien nunca ha sido especialmente conocida ni trascendente, sí está entre las que han aportado algo bueno y distinto al género. Un género que, aunque en aquella época parecía anunciar y musicalizar un desastre que nadie preveía, merece la pena recuperar y escuchar, porque es francamente liberador.
Se trata de un estilo de música tremendamente identificable y característico, muy homogéneo, estricto en las formas y, como si de un culto o una ceremonia religiosa se tratase, basado en fórmulas que aunque se repiten y no parecen variar de una a otra función, éstas siguen resultando una y otra vez sobrecogedoras y mágicas. Por lo general se configura mediante largos temas, de estructura en progresivo y detallado desarrollo, como una escalada épica que siempre culmina de manera apoteósica y brillante, con una importancia bestial de la contemporización de la batería, y de las ráfagas de distorsión, desproporcionada cuando procede, y muy cuidadas en todo momento. Las estructuras, embellecidas siempre por líneas melódicas tendentes en todo momento a la armonía, son las propias del post-rock, con vocación narrativa, autodestructiva y, sobre todo, libres de las antiguas reglas.
Resaltando otras ciertas particularidades respectivas, todo esto se podría aplicar a los grandes ases del género: desde Godspeed You! Black Emperor a Sigur Rós, pasando por Mogwai, Explosions In The Sky o Mono, por mencionar a los más solemnes. Todos comparten algunos de los elementos citados, pero sobre todo, tienen todos esa turbia y dolida mirada, el contraste emocional de lo bello y la destrucción, la voluntad encubierta de homenajear al caos a través del orden abatido, la épica silenciosa y anti-heróica, el orgullo y la resignación, reñidos con la esperanza y la desesperanza, en eterna dialéctica, muchas veces, tremendamente ruidosa a la vez que catártica. Los Yndi Halda no son una excepción; es más, destacan sobre el pelotón de bandas que sí podrían resultar iguales porque pese a ser en todos los aspectos ciertamente limitados, suenan sinceros, transparentes y verdaderamente comprometidos con el arte.
"Enjoy Eternal Bliss" (Big Scary Monster, 2007) es un disco de cuatro canciones (de 16, 11, 19 y 17 minutos respectivamente) que desvela todos los secretos y sueños del quinteto británico. No es como Godspeed You Black Emperor, por ejemplo: ejército de enigmas sonoros, armeros de vario calibre dominando las tinieblas. Yndi Halda parecen más mundanos, más humanos y mucho menos apocalípticos. Practican un sonido abierto, muy cuidado, detallista, con alta presencia de las cuerdas, múltiples arreglos instrumentales dulcificadores y hasta tiernos, y selectos pasajes cantados que resultan sanadores. Hacen una música que parece reconciliarse consigo misma cada vez, aceptando la eterna lucha interna que conlleva la existencia misma. Y de este modo han logrado, con el único disco que han sacado en más de diez años de vida, utilizar el arte para el fin más honesto y apreciable que hay: convertirlo en un medio de expresión sincera, natural y universal.
Es una lástima que en este caso los Yndi Halda hayan dejado que perviva más la obra que el artista, más que nada por lo poco probable que se antoja una gira de más de dos conciertos al año, o material nuevo, pese a que han anunciado sesiones de grabación con nuevo material. Parece poco probable que alcancen una notoriedad a la altura del trabajo que realizaron en 2005 (y autoprodujeron, aunque lo reeditara en 2007 Big Scary Monster).