Los grupos de música se montan para hacer feliz a la gente, para ahuyentar los males de los que están abajo y arriba del escenario. En todas estas historias juega el azar. El nuestro, es como si de golpe alguien pusiera a estos chicos sobre la madera del escenario del bar del Hotel de Twin Peaks. Los comensales han comido puré de verduras insulso y salchichas requemadas, sólo a los postres han tenido un poco de placer, culpa del pastel. El enésimo pastel de cereza, que en Cooper dejará grabado en la cinta de cassette que lleva en el bolsillo.
Y todo se narra a la de tres historias de descubrimiento Cooperiana, mientras disfrutamos de los placeres de la vida (a pesar de vivir de los subsidios), mientras descubrimos escenarios de años atrás y los sumamos a la vida diaria, de ahora. Y desde los libros viejos, los planos secuencia enigmáticos, los planos detalle llenos de sonido hiperbólico. Las cosas pasan al lado de casa y hay que explicarlas, pasan mientras el mar crece, mientras haces el remolón en la cama y saquean la nevera de los padres. Los grupos de música hacen una función social, ponen melodías en la cabeza que a veces hacen terapia, y que otras veces no te puedes sacar nunca más de la cabeza.
La madera se puede oler, y los extraños invitados ya de pie y puño en alto, bailan como un ejército de mentira al ritmo de un rock & roll clásico, pero que habla de un miedo normal en cada casa.
Los grupos de música nos gustan y éste, además, lo hace muy bien. Tiene canciones preciosas.