Festivales. Esos puntos de reunión de fans incondicionales, dispuestos a pasar unos días u horas disfrutando no sólo de la música, sino también del buen ambiente festivalero que, como norma general, reina en este tipo de eventos.
¿Suena idílico, verdad? Lo es en el 99% de las ocasiones. ¿Pero qué pasa con ese 1%? Voy a intentar explicarme con dos casos que me ocurrieron en la edición del Azkena del presente año 2011.
El primero sucedió durante la actuación de Ozzy Osbourne. Los que estuvimos en ese concierto pudimos constatar que el "mad man" ya no es el que era: le falla la voz y su movilidad en el escenario es, digamos, bastante reducida. ¿Es esta razón suficiente para burlarse y abuchear a este hombre, cuya aportación a la música (con y sin Black Sabbath) es una de las más importantes de la historia del rock? Pues eso fue precisamente lo que tuve que soportar, por parte de unos individuos que tenía a mi lado. ¿Por qué ocurre esto? Pues porque, al ser el número de grupos tan importante, no siempre va a ocurrir que la persona o personas que tengas al lado sean fans a muerte del grupo que esté en ese momento en el escenario. Seguro que esto nunca pasaría en un concierto únicamente de Ozzy.
El segundo caso ocurrió durante el concierto de Band of Horses. Era uno de los grupos que más ganas tenía de ver. Pues bien, esta vez lo que me tocó al lado parecía, directamente, una despedida de soltero. Estaban de espaldas al escenario, borrachos como cubas, diciendo estupideces y dando empujones. Afortunadamente, fueron solo dos o tres canciones, porque en seguida se fueron.
No me entendáis mal. Adoro los festivales. Si no existieran, sería muy difícil poder disfrutar de tal cantidad de grupos por un precio más que asequible, pero esta era una espinita que me tenía que sacar.