Comento con un amigo cómo la relación física y emocional con el festival va cambiando según pasan los días: El jueves llevas un petardo en el culo; tal es el ansia, que corres el riesgo de pasarte la mayor parte del día imbuído en una nube de desconcierto y emoción. El viernes es el día perfecto: los ánimos se han serenado y te sientes como en casa... además, salga como salga, sientes la tranquilidad de tener un día entero por delante. Y luego está el sábado. El sábado estás cansado, sientes los primeros atisbos de bajona y sabes que en unas pocas horas todo habrá terminado... es el último cartucho, y si no apuntas bien habrás perdido tu última oportunidad.

Será por eso que todos los años comenzamos la última jornada a las 4 de la tarde en el auditorio. Este año programan a Pantha Du Prince con su séquito de maestros de la campana, The Bell Laboratory. Hendrik Weber y sus 5 compinches salen a escena ataviados con mandiles de trabajo y una pequeña campana en cada mano que hacen sonar en un orden y con una frecuencia precisa para generar una melodía que se expande por el enorme recinto. Este será el principal leitmotiv de la actuación: marimba, xilófono, cimbales y un carrillón de 50 campanas tocado por una chica. Todo ello es aderezado puntualmente con toques electrónicos que salen desde el laptop de Weber. El concierto se centra en el álbum conjunto con los campaneros, rescatando hacia el final un par de temas del maravilloso album del alemán, "Black Noise". Como despedida, los músicos se mezclan entre el público y avanzan lentamente hacia el fondo del auditorio mientras hacen sonar las citadas pequeñas campanas de mano, creando un efecto dolby surround de los que hacen cosquillas en las neuronas. Toda una experiencia auditiva.

Nos damos un paseo por los puestos de vinilos en busca de algún souvenir. Compro copias de Separations, Singles Going Steady, Second Edition y el último maxi de Kresy. Nos acercamos a casa a dejar las rosquillas, administrar fuerzas y coger algo de abrigo: al igual que el resto de días, hace viento y frío... el de este año está siendo un primavera bastante otoñal.

A falta de Rodríguez, apuesto por la joven Melody Prochet y su proyecto Melody's Echo Chamber, que en mi opinión facturó uno de los mejores discos del pasado ejercicio. Llegamos para los tres últimos temas del concierto, tres gemas de pop psicodélico que por momentos se dilatan para convertirse en precisos y potentes desarrollos krautrock. Se nota que va acompañada de un gran grupo de músicos. Única pega... madame Prochet desafina, y mucho. Había visto vídeos en los que el desafine era constante y en las tres canciones que presencio es algo puntual, pero por su forma de cantar (susurros, tonos agudos) especialmente irritante.

El siguiente plato del menú degustación son Dead Can Dance. Mi elección, una vez más, se ve condicionada por la nostalgia: en mis años mozos, cuando me cardaba el pelo y me pintaba la raya, llegaron a ser escucha reiterada. El concierto se centra en su disco de retorno, Anastasis (caen hasta 5 de sus 8 temas). Trato de dejarme llevar por los ritmos hipnóticos marca de la casa, pero Brendan Perry se esfuerza demasiado en decir demasiadas cosas que me sacan del trance. Por el contrario, cada vez que Lisa Gerrard canta, se me hiela el alma; la fascinante glosolalia de esa mujer suena a pirámides egipcias, a culturas ancestrales y a ritos profanos. Echo de menos más clásicos y menos temas nuevos.

Nos encaminamos al Heineken para ver a Nick Cave and The Bad Seeds. Temo que, como DCD hace unos minutos, el australiano decida basar el concierto en su último disco, que será todo lo bueno que quieran, pero no parece la mejor elección para la fiebre festivalera del sábado noche. La cosa empieza con su estupendo primer single, We No Who U R y continua con su aun mejor segundo single, Jubilee Street, que como el propio Cave dijo recientemente “ya es un jodido clásico”. ¿Y ahora qué? Ahora Cave se saca de la manga un From Her to Eternity preñado de rabia y desesperación con unos Bad Seeds administrando la tensión con absoluta maestría. ¿Y después? Después Red Right Hand y Tupelo y The Mercy Seat. Un Cave arrollador se sube a la valla de separación y deja un pie en la misma y el otro entre el público, por momentos amenazando con saltar, por momentos tomando la cabeza de una fan para escupirle los versos más hermosos. El concierto es un tornado: La bestia ha llegado y el rey ha caminado sobre ella.

Aun afectados por el vendaval, nos damos el paseo de vuelta para ver a Los Planetas interpretando “Una Semana En El Motor De Un Autobús". Me da la impresión de que dieron un buen concierto, pero la distancia y el bajo volumen se alían para dejarme a las orillas de lo que pudo ser uno de los momentos de la noche. Antes de que acabe, me escapo con un par de compinches a ver a My Bloody Valentine, uno de los conciertos más esperados del festival. Por despiste o falta de previsión nos ponemos justo enfrente de la torre de sonido, al lado derecho, donde una cuesta abajo te hace mengüar cinco centímetros con respecto a los cientos de personas que hay delante, por lo que lo único que alcanzamos a ver es un mar de cabezas. Ya suenan los primeros acordes de I Only Said, por lo que decido abstraerme y disfrutar del concierto. Suenan fenomenal. Mmm. Aquí entraban las voces. Pero no han entrado. Mis amigos me miran confundidos… ¿está cantando? Por ser el más alto, me pongo de puntillas y alcanzo a ver en la pantalla a Kevin Shields moviendo la boca. Sí, está cantando, pero no se le oye. Esperamos a la siguiente canción… más de lo mismo. Igual lo hacen así a propósito. Aguanto una tercera y me doy el piro. Probablemente haya unas cuantas bandas a las que les aceptaría un concierto de versiones instrumentales, pero My Bloody Valentine no está entre ellas. Tengo entrada para verles en sala en un par de meses, por lo que una retirada me parece la menos mala de las derrotas. No obstante, ni que decir tiene, el encabrone es monumental, por lo que llego a ver a Hot Chip sin las ganas de fiesta que hubiese tenido en otras circunstancias. Para cuando quiero entrar mentalmente en el concierto, ya ha llegado a su fin.

Uso el final de fiesta con DJ Coco para reposar mi maltrecha espalda y ejercitar la autocompasión, mientras contemplo desde las gradas del Rayban a mis amigos apurando el último aliento del festival. Ya está, eso ha sido todo. Pasarán dos semanas antes de ser capaz de verlo todo con perspectiva y darme cuenta de que, a pesar de los grandes conciertos, no fue el BestFestivalEver. Ni siquiera el BestPrimaveraEver. Pero... ¿Saben qué? Ha valido la pena. Me llevo un puñado de momentos fantásticos, musicales y extramusicales. Además, estoy convencido de que el 14 va a ser la hostia: Es par, y los pares tocan Wilco.

04/06/2013
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