Un año más la Universidad Laboral de Gijón sirvió de majestuoso escenario principal para el L.E.V. (Laboratorio de Electrónica Visual), posiblemente el festival de música electrónica más prestigioso del país. El nivel de la programación sigue siendo más que notable, con propuestas de indudable calidad más allá de las preferencias personales. Por contra, el tema organizativo no acaba de estar a la altura, como demuestran los problemas de acceso acaecidos el viernes. Parece ser que en esta edición se ha acotado la cantidad de entradas al aforo del teatro, cosa que puede ser entendible, pero deberían haberlo publicitado más, ya que bastantes asistentes habituales, algunos llegados de fuera de Gijón, se encontraron con la desagradable sorpresa de que estaba todo vendido una vez llegaron a la Laboral, cosa que aprovecharon algunos para hacer negocio con la reventa. Los afortunados (o avispados) que ya las habían comprado, tuvieron que esperar una cola eterna para conseguir el abono impreso y canjearlo después por la omnipresente pulsera. A mejorar. El asunto del avituallamiento tampoco estuvo bien resuelto. Un diminuto puesto de comida y dos no mucho mayores de bebida atendidos por camareros absolutamente desbordados. Aquí la cola era doble, una para comprar los tickets (válidos sólo para un día, no tengo muy claro el porqué de tal abuso generalizado en los festivales...) y otra para pedir la consumición. A esto hay que sumarle que la cafetería de la Universidad funciona de forma ajena al L.E.V.; mantiene sus propios horarios y existencias, con lo que a las nueve ya no había bocadillos y poco después cerró. Otro aspecto mejorable.
Desgraciadamente, este humilde redactor no pudo asistir a los espectáculos de Electronic Performers ("Trinity", el jueves en el Jovellanos) y Martin Messier ("Sewing Machine Orchestra"), los cuales tuvieron gran acogida entre el público que pudo disfrutar de ellos.
Para Fanmusicfest la jornada comenzó en el teatro con Douglas Dare, joven talento británico que puede recordar a un James Blake más pop. Parapetado tras su voz y su piano, desgranó temas de su primer disco, de inminente aparición. Las canciones me parecieron un poco monótonas y melosas, salvo en aquellos momentos en que Fabian Prynn, su acompañante en el escenario, hacía que su batería con efectos digitales cobrase protagonismo, como en la última canción, "Swim", la mejor de largo. Si todas hubiesen sido así, estaríamos hablando de lo mejor del día. De hecho, fue más aplaudido que el propio Dare ("Tienes más fans que yo", le dijo). A pesar de todo, conviene no perder de vista a este chico, promete.
Tomó el relevo con veinte minutos de retraso, Herman Kolgen (tiempo que se acabó recuperando durante la noche, bien por la organización) para presentar su espectáculo "Seismik". Unos espectaculares visuales (gráficos de terremotos, texturas de rocas, aviones retenidos por cables salidos de ninguna parte...) respondían a las variaciones de lo que parecía la banda sonora del apocalipsis tectónico-digital. Hubo algún momento tedioso en la parte central de la performance, preludio del brillante final noise con el que cerró. Sobresaliente el canadiense.
A continuación, y casi sin respiro, comenzaron Esplendor Geométrico su actuación en la iglesia, que sigue estando poco aprovechada para la parte visual, a pesar de los flashes que este año iluminaban los laterales. Respaldados por unos pobres (aunque cuasi-cómicos en algún momento) visuales, estos veteranos de la escena electrónica ofrecieron un show basado en sonido industrial y EBM de la vieja escuela, con voces onomatopéyicas y tribales. Entrañable para los que descubrimos la música sintética con Front 242 o Nitzer Ebb, pero reconozco que puede ser poco estimulante para los devotos de sonidos más innovadores.
Vuelta al teatro para vivir la mejor experiencia de la noche con Robert Henke y su "Lumière". Cuatro laseres proyectando geometrías de creciente complejidad a medida que la música evoluciona. Si Esplendor Geométrico son vieja escuela, Henke es escuela futura. EBM de nueva generación con toques techno y reminiscencias de drum'n'bass hicieron que la mayor parte del auditorio se pusiese en pie primero para bailar y después para aplaudir al gran triunfador de la jornada, cuyo trabajo amortizó por sí solo el precio del abono. Gracias al propio artista pudimos saber que el musicón que presentó fue una obra creada especialmente para el festival. Doblemente afortunados los que pudimos presenciarla.
Después de asistir a un espectáculo semejante, es difícil que el siguiente satisfaga. Y eso me pasó con Fasenuova. Su personal interpretación de la electrónica me encontró plenamente lleno tras Robert Henke y no consiguió captar mi interés. A toro pasado, creo que fue una pena y habrá que dar otra oportunidad en circunstancias más propicias a los asturianos de voces desgarradas y melodías minimalistas.
Cerró la sesión nocturna Vatican Shadow, una decepción que consistió básicamente en techno de club de medio pelo auspiciado por un tipo que pasó más tiempo saltando con una linterna que tras la mesa. Un espectáculo lamentable en la línea de desgracias para la música tales como David Ghetta.
A pesar de ello, buen sabor de boca global y expectación ante lo que se avecinaba el sábado.